El otro día, el telediario de Antena 3 emitió una de esas noticias que alimentan las conversaciones de camilla más estériles y sirven a algunos para desempolvar argumentos de la peor especie, de los que creíamos muertos y enterrados pero vuelven, como malos zombis, de vez en cuando a la superficie. La señorita periodista que ocupaba el mostrador soltó, a bocajarro, como introducción a unas imágenes en que se veía un colegio de lejos y respondían brevemente cuatro o cinco tipos con corbata, que un reciente estudio demuestra que la educación mejora considerablemente cuando se separa a los alumnos en razón de su sexo. El estudio (digámoslo así) provenía de un colegio religioso llamado Montessori uno de cuyos empleados reveló sin rubor a la cámara que la educación segregada permitía mejorar los conocimientos gramaticales del varón (sic), campo en que los niños son más deficientes, y el razonamiento abstracto de las chicas (ídem), porque todos sabemos que las mujeres, aparte de no saber interpretar ni plegar un mapa, se hacen un lío en cuanto entran en juego entelequias alejadas del fogón y la lavadora.
Dio la casualidad de que cuando escuché esta noticia (digámoslo también así) me hallaba embarcado en la arrebatadora lectura de uno de los libros con que más he disfrutado en mucho tiempo, La falsa medida del hombre, de Stephen Jay Gould. Precisamente el libro de Gould está dedicado a desenmascarar la estupidez, las insidias y las falsedades de muchas doctrinas pretendidamente científicas (en su caso, la consideración moral y social de las personas a partir de criterios arbitrarios de medida de inteligencia, como tests de CI o dimensiones craneales) y a denunciar cómo toda doctrina en el mundo de la ciencia, por mucho que se presente envuelta en criterios de objetividad y pureza ideológica, sirve siempre a una visión del mundo comprometida políticamente.
Lo que Gould registra no es sólo que haya investigadores que disfrazan, tergiversan o eliminan datos que no se avienen con las conclusiones que ellos desean de antemano (repito: el libro es jugosísimo y está repleto de anécdotas que mueven alternativamente a la carcajada y al llanto); lo verdaderamente peligroso son los prejuicios que operan bajo la superficie y que se infiltran en la labor del científico aun cuando él cree estar trabajando del modo más neutral y aséptico posible. La conclusión de la obra pone en solfa esa frase drástica que suele zanjar las discusiones cuando uno de los interlocutores carece de argumentos con que defenderse: está demostrado científicamente. ¿Demostrado qué? ¿Científicamente cómo? ¿Quién ha encargado esos estudios y por qué? ¿Quién ha realizado los experimentos necesarios, y de qué modo? ¿Dónde se hallan recogidos los resultados? ¿Quién ha supervisado el respeto al método durante la realización del experimento, las herramientas empleadas, las muestras de las que se extraen los datos? Las enseñanzas de Gould ilustran de manera drástica y potente las teorías de Thomas S. Kuhn y nos confirman que también en un ámbito tan pretendidamente inmaculado como la ciencia pura todo depende del cristal (o del carné) con que se mira. Gould acaba repitiendo aquel lema soberbio de la Pseudodoxia Epidemica de Browne que en alguna ocasión defendí como orientación inmejorable para leer a los clásicos: Dijo Platón que conocer es recordar; pero visto lo que se enseña en nuestras escuelas, más certero parece afirmar que el conocimiento es olvido.
Y si lo enseñan en el colegio Montessori, no te digo nada.
3 comentarios:
¡Cuánta razón! Y cuánto trabajo queda por hacer para deshacer la maraña de absurdos a los que les hemos dado voz y voto...
Me he paseado por tu bitácora, Luis Manuel, y me ha parecido muy interesante. Dejaré un enlace en la mía y así te invito a que te pasees por mi trópico. Un saludo.
Tomás Rodríguez
Me quedo la referencia del título, Luisma. El tema que comentas es uno de los que últimamente más me interesa. Las pseudociencias, el "cientismo" o la misma ciencia abarcando más de lo que puede (o siendo divulgada más allá de sus límites reales por intereses espurios) es una de las curiosas "realidades alternativas" que se han instalado entre nosotros con enorme facilidad desde finales del siglo pasado.
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