domingo, 28 de noviembre de 2010

El retrete del placer criminal



 Por lo general, las ferias del libro suelen provocarme hastío. En la de Madrid sólo he estado un par de veces y la oferta me apabulla; las de otras ciudades las encuentro menores y domésticas, sin que superen a sus librerías de cabecera más que por el tamaño de los escaparates; la de Sevilla, que es donde vivo, me gusta sólo porque ofrece una ocasión óptima para ver a gente con la que no me cruzo el resto del año y porque tiene un bar por donde mi hijo puede correr a todo gas (será atleta) sin estrellarse contra el mobiliario. Esto me pasa con las ferias, digamos, canónicas. Pero hay otras menos prestigiosas o voceadas que a mí me pierden: las Ferias del Libro Antiguo y de Ocasión. En Madrid, ocupa la mitad de Recoletos y creo que cae por primavera. Aquí, en Sevilla, siempre llega con las primeras lluvias; recorrer sus muestrarios con el olor a mojado sobre el plástico del anorak es una de las traducciones más cabales que encuentro del concepto de felicidad. Se abrió el pasado viernes, y allí estuve. Y encontré algo de lo que enseguida paso a hablaros, hipócritas lectores, semejantes y hermanos.

Tiempo ha cayeron mis ojos sobre un exquisito tomo perteneciente a la Biblioteca General Universitaria de la Hispalense cuyo tema confeso eran los asesinatos sangrientos, los espectros de ultratumba y la carnicería literaria, temas todos ellos que me apasionan como ya creo que sabéis. Tanto me encantó que estuve (lo confieso) tentado de no devolverlo, de esconderme con él, de enterrarlo para que nunca se separase de mi lado: soy pusilánime y lo dejé huir. A veces soñaba con él, y quise comprarlo. Inútil: había sido editado, sin rescate posible (¿quién iba a querer recuperar semejante engendro?), por la mítica Editora Nacional en fecha de 1977, y hacía tiempo que los catálogos lo eludían. La llegada de Internet me dio nuevos bríos: consulté librerías y portales de viejo online donde di con él, sí, pero a un precio de esos que entran en el tipo de cosas que uno no le cuenta a su mujer; lo dejé estar. Hasta el viernes. Ahí estaba, por una módica cantidad. Y aquí lo tengo ahora, y lo miro con arrobo mientras escribo estas líneas de presentación. ¿De qué se trata, y a qué tanto misterio? Os lo cuento en un tris.

Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas, o sea el historiador trágico de las catástrofes del linaje humano, de Agustín Pérez Zaragoza. De eso hablo. El docto texto que le sirve de introducción, debido a la no menos sapiente pluma de Luis Alberto de Cuenca, nos informa de que se trata de un folletín negro publicado por vez primera en 1831, a rebufo de la moda de fantasmas y degollinas que imperaba en Europa por entonces. Su autor, un mediocre polígrafo a cuya responsabilidad hay que atribuir un par de recetarios de cocina, libelos políticos y cierto Recreo de damas del gran tono, o sea delicia de lechuguinos y lechuguinas, saqueó a placer diversos novelones franceses de la época y se sirvió de sus truculencias para armar este texto, que es, creo, uno de los escasísimos ejemplos de literatura gótica auténtica con que cuenta nuestra tradición nacional. La lectura es deliciosa por varios motivos. Primero, por la distancia estilística que media entre nosotros y estas frases apabullantes, melodramáticas y estentóreas que se pueden mirar sólo de reojo; luego, porque se trata de uno de los representantes más primitivos de lo que podríamos llamar pulp en castellano; los títulos de cada episodio y esos grabados nigérrimos que recuerdan a los pliegos de ciego en las ferias; el hecho de que, además del pulp, Pérez Zaragoza inaugurara otro subgénero no menos execrado en nuestras letras: el best-seller. Da mucho gusto y risa comprobar cómo otros literatos auténticos de la época, como Mesonero Romanos, se despachan acerca de la capacidad de las Sombras ensangrentadas para colocarse en los escaparates y vaciar los bolsillos de la muchedumbre (es un decir) lectora. El siguiente testimonio viene incluido en el prólogo de Cuenca:

“Una censura suspicaz e ignorante dificultaba la publicación de las obras del ingenio y prohibía y anatematizaba hasta las más renombradas de nuestro tesoro literario: los escritores de más valía, los hombres más insignes en las letras, hallábanse oscurecidos, presos o emigrados: los Quintana, Gallego, Saavedra, Martínez de la Rosa, Toreno, Gallardo, Villanueva y demás, eran sustituidos por autores ignorantes y baladíes, que empañaban la atmósfera literaria con sus producciones soporíferas, su desenfreno métrico, sus cantos de búho, sus absurdos escritos religiosos e históricos, sus novelas insípidas, de las cuales las más divertidas eran las que formaban la colección que, con el extraño título de Galería de espectros y sombras ensangrentadas, publicaba su autor, don Agustín Zaragoza y Godínez” (Mesonero Romanos, Memorias de un setentón).

Para entendernos, la crónica de Pérez Zaragoza no difiere en esencia de esos asesinatos aparatosos y decapitaciones de medio pelo que nutrían publicaciones nacionales como El caso, y que siempre han sido tan del gusto del estómago popular. Aquí la sed de tremendismo alcanza cotas tan inverosímiles como encantadoras, y uno nunca está seguro del todo de dónde acaba la genialidad y comienza el mal gusto (si se diferencian). Recuerdo un pensamiento a vuelapluma de Don Avito, el filósofo visionario que protagoniza Amor y pedagogía de Unamuno: si de lo sublime a lo ridículo sólo media un paso, uno puede acabar haciendo el tonto de tanto elevarse, sí; pero también puede acabar por ascender de tanto hacer el tonto. Ecco.
 
Un sucinto examen al índice de la edición de Cuenca, que sólo abarca la mitad de las carnicerías originales, puede dar una idea aproximada del contenido de las Sombras. Copio: Miladi Herwort y Miss Clarisa, o Bristol, el carnicero asesino; La morada de un parricida, o el triunfo del remordimiento; La bohemiana de Trebisonda, o un sequín por cabeza de cristiano; Camila y Livio, o los efectos de un amor desgraciado. Mi favorito, de cualquier modo, es el de la Historia trágica tercera, con el que además he decidido encabezar esta nota: La princesa de Lipno, o el retrete del placer criminal: jamás nadie había tenido la despampanante ocurrencia de juntar esas tres palabras imposibles, retrete, placer, criminal. El grabado que aparece aquí al lado, con un monigote sin cabeza y una señora que chilla, pertenece precisamente a ese capítulo. Abajo se lee, y va en serio: “Cielos, que veo!!! esto no es ilusión? mi muerte es ya inevitable” (sic).

Una lectura que debería ser obligatoria para el brumoso mes de noviembre.

martes, 23 de noviembre de 2010

Tintín en Innsmouth




A través del inefable Fernando Royuela me llega un enlace a la página del artista Murray Groat, que ha logrado sublimemente aunar dos de mis más preciadas pasiones: Hergé y Lovecraft. Para ello, ha ideado cuatro portadas improbables mas no imposibles, dos de las cuales incluyo en este post: una en las Montañas de la Locura, donde Tintín y Milú se internan en busca de aquella ciudad perdida bajo la nieve del Polo Norte milenios atrás, y otra en Innsmouth, municipio maldito de Nueva Inglaterra en que nuestros héroes, humano y canino, deberán escapar del acoso de los funestos hombres-peces. Lástima que detrás de las portadas no haya páginas y páginas que recorrer.




lunes, 15 de noviembre de 2010

El hombre al que odiaba Leopold Mozart



En su muy meritoria labor de arqueología musical, la casa Brilliant acaba de rescatar de los barros del anonimato a un autor cuando menos digno de atención. Su nombre es Luigi Gatti y le cabe el raro honor de haber sido insultado por Leopold Mozart, un hombre que, de cualquier modo, nunca se caracterizó por su amplitud de miras ni por la solidez de sus entendederas (aparte de explotar inmisericordemente a sus dos hijos como monstruitos de feria, han quedado para las posteridad sus opiniones epistolares en las que ensucia a Voltaire). Gatti arrebató a Leopold a principios de la década de 1780 el codiciado puesto de Kapellmeister del Príncipe Arzobispo de Salzburgo, puesto detrás del cual andaba el último desde que no tenía vello sobre la boca, lo cual le mereció la cantidad de insultos que es de suponer. Sin embargo, Wolfgang lo frecuentaría en Viena, que Gatti visitó de vez en cuando, y alabó su camaradería y buen talante: siempre, decía, está dispuesto a indicarte un buen libretista o a prestarte el suyo (la coalición Mozart-Da Ponte, a la que debemos varias cumbres de la Historia del Arte, fue resultado, precisamente, de la intervención de este perfecto desconocido hasta el día de hoy).

Luigi Gatti (1740-1817), sacerdote por necesidad alimenticia (como tantos de sus contemporáneos), repartió su labor entre la Austria mozartiana y su Mantua natal, en un tiempo en que el style galant dominaba Europa y unía a todas las naciones mediante el primer idioma universal. Leo en el booklet que fue responsable de una miríada de composiciones, que su talento o su obstinación le permitieron practicar diversos géneros como la sinfonía, el concierto o la ópera, y que conoció una enorme aclamación en su época que ha quedado reducida a tétrico silencio durante doscientos años. Con esta grabación, Brilliant pretende, en colaboración con el Conservatorio de Musica di Mantova, rescatar lo más sobresaliente de la producción de tan clamoroso cadáver.

La primera entrega, que acabo de repasar entre ayer y hoy, corre del siguiente tenor. En primer lugar tenemos un Concertone para dos violines y orquesta en re mayor que es en realidad una especie de sinfonía concertante para violines y violonchelo. El estilo, igual que el resto de composiciones, recuerda inevitablemente al Mozart más verde o a sus contemporáneos galantes, Dittersdorf entre ellos, o a Haydn. Lo más poderoso del Concertone para violines es el Larghetto, animado por unos compases tonantes de toda la orquesta que se repiten al final de cada sección. La segunda partitura, un Concierto para fagot en fa, está construido sobre un esquema común en el cuarto de siglo en que vio la luz, con un fraseo ágil y poco exigente dedicado al instrumento principal (inevitable acordarse, otra vez, de Mozart, cuyo Concierto para fagot en si bemol constituye uno de los escasísimos ejemplos de composición dedicado a dicho plantel) y un adagio sostenuto muy sentido y cantabile; ejemplos del mismo modelo los encontramos en los primeros conciertos de Mozart para trompa, oboe o flauta, en los de Franz Danzi, Haydn (para trompeta y oboe), Dittersdorf (oboe) o Antonio Rosetti.
Quizá lo más interesante sea el final: un concierto para piano en do de dimensiones vienesas en que se nota, aquí sí y bien, el influjo del niño prodigio de Salzburgo. El contraste entre solo y tutti es inequívocamente mozartiano, así como el modo de doblar a la orquesta en la sección de acompañamiento entre intervención e intervención del solista. Con todo, y aunque haya episodios de puro esplendor, Gatti queda a galaxias enteras de distancia de los conciertos invulnerables KV 482 o KV 595: y es que la invención melódica y las transiciones del segundo artista más grande de la Tierra (después de Bach) no se obtienen con facilidad.

La interpretación, a cargo de la Orquesta de Cámara del Conservatorio Musical de Mantua (dirige Fausto Pedrutti), está llena de vigor y de espacio, como si tocaran en un palacio de cristal: a resaltar en especial el acompañamiento de los metales en el concierto para piano. La grabación es en directo en el Teatro Scientifico de Mantova, al que pertenece la fotografía que abre este post. Para todos aquellos que me preguntéis, en fin, si me ha interesado la oferta, sólo diré una cosa: que adquiriré raudo y contento el resto de las entregas de Gatti en cuanto salgan a los escaparates.

(NB: releo lo escrito y advierto que he sido injusto con Leo Mozart. Le corresponde la autoría del manual para violín más difundido durante un siglo, el Versuch einer gründlichen Violinschule, de 1756, y eso tampoco es para despreciar. Tú sabrás disculparme, viejo.)