Alegría. Lo que alegra mis días (o mis noches) en los breves intersticios en que me lo permite la hiperactividad de mi hijo de once meses o mi viaje diario a aquel lugar allende las montañas en que se encuentra mi puesto de trabajo es un tiarrón de casi dos metros con camiseta ceñida y una vaga semejanza con Christopher Reeve, el primer Superman, pero con un ribete de canas aclarándole el espacio entre las sienes. Así al menos lo dibuja Chris Sprouse, responsable de la mitad visual de uno de los cómics más despampanantes, divertidos y adictivos que he recorrido en los últimos tiempos. De la parte no visual se encarga un viejo conocido de todos vosotros, amigos lectores: me refiero al ínclito Alan Moore, cuyas proezas claman ahora a los cuatro vientos librerías, tiendas de merchandising y revistas de cine, gracias a las arcas que tan generosamente está llenando la versión fílmica de Watchmen, que, no, todavía no he visto. El nuevo producto de que os hablo y el rinconcito de felicidad impresa de mis últimas semanas tienen un nombre de contundencia inigualable: Tom Strong.
Con sabor a nocilla. Todos sabemos ya que Moore es un erudito en esto del arte del cómic. Comprende de sobra que el tebeo es un formato popular y que la mayoría de sus lectores no son gente versada en zarandajas literarias ni siempre dotada de ese barniz de alta cultura que desearíamos para nuestros amigos, pero no por ello renuncia a sus vastos conocimientos de Cambridge scholar: por eso se permite trufar The league of the extraordinary gentlemen de referencias cruzadas a toda la gran literatura de escapismo decimonónica (Poe, Stoker, Verne, Wells) o bautizar a una de sus criaturas más inquietantes y perfectas con el nombre de un psicólogo de solera (esos dibujitos simétricos en forma de mancha de petróleo donde ciertos desquiciados ven aves, hachas o bosques se llaman Test de Rorschach). Sin embargo, en Tom Strong ha renunciado a toda vena de cultura académica para ofrecer pura diversión: imaginación a borbotones inspirada por las revistas pulp de los años cincuenta, héroes y villanos de manual tal y como los encontrábamos en los tebeos sobre los que mordíamos la nocilla, paisajes exóticos, mujeres que provocan asma y aventuras como para vacunarnos contra el aburrimiento el resto de nuestras vidas. Y todo entre medias sonrisas, con una ironía suavemente matizada que no llega a prorrumpir en carcajada (ningún chirrido arruina el entusiasmo del lector, os lo aseguro) y que constituye otro de los placeres del recorrido, añadido a la emoción y la simpatía por los personajes. Por no hablar de las ilustraciones, francamente conseguidas; aunque Chris Sprouse es el dibujante titular, Moore se permite rodearse de invitados que abordan los flash-backs o pequeños meandros que bordean la acción central (invitados entre los que hallamos también, albricias, a Dave Gibbons).
Figurantes y escenarios. Decidme si estos personajes no son como para enamorarse de ellos. El primero y principal, Tom Strong, cientihéroe criado hasta su decimopoco cumpleaños en una cámara de gravedad especial con el fin de robustecer sus huesos, y que gracias a una raíz especial llamada Goloka prácticamente desconoce las incomodidades del envejecimiento (tiene cien años). Su esposa Dhalua, hija del jefe de la tribu Omotu, enamorada de Tom desde que sus padres lo concibieran en una lejana isla del pacífico donde ocupaban un laboratorio en el interior de un volcán. La hija de ambos, Tesla, adolescente todavía aunque dotada de la edad técnica de un jubilado (sesenta). Pneuman (nada que ver con el ganador del premio Alfaguara), un autómata vestido de chaqué que hace las veces de mayordomo. Solomon, un gorila tratado genéticamente para desarrollar inteligencia y ascendido a sabio (con gafas y chaleco). Un elenco de supervillanos entre los que se cuentan aztecas procedentes de realidades paralelas, hembras nazis convertidas en semidiosas gracias a la cirugía y monstruos modulares, y entre los que sobresale el exquisito Paul Dorian Saveen, maestro de malhechores y enemigo jurado de Tom desde los remotos años veinte, en que se paseaba por Millennium City (escenario de todo este apasionante carnaval) con frac y antifaz al estilo del Fantasma de la Ópera. Os lo aseguro, amigos: puedo tener un día jodido en casa o el trabajo, pero al llegar la noche y abrir las pastas, Tom lo salva todo con su arrojo acostumbrado.
Seguimos adelante. La obra completa (cuatro volúmenes) se halla a disposición del curioso en el catálogo de Norma. Mi periplo se halla todavía a mitad del segundo, pero la diversión y el entusiasmo no cesan. Según leo en el blog correspondiente de la editorial, Moore y Sprouse han dado ya la serie por terminada después de esa sucesión de piruetas y volatines a la que el británico nos tiene tan habituados, pero nunca se sabe. Fijaos los extraordinary gentlemen, que si todo va bien dentro de poco regresarán con unos archivos inéditos. Aquí estaremos esperando.
1 comentario:
Interesante e inquietante a partes iguales: soy semi fan de Moore y esto me lo apunto principalísimamente, para pillarlo en V.O.
Encantadora la frase "mujeres que provocan asma" (se me olvidaba que eres escritor), pero quizás me quede con "aztecas procedentes de realidades paralelas, hembras nazis convertidas en semidiosas gracias a la cirugía y monstruos modulares"..... ufffff! ¿he oído Barbarella? Demasié p'al body!
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