Aniversario. Cada dos años, aproximadamente, sucede en mi vida un acontecimiento capital: una novela de Pablo de Santis. A veces, incluso, esa efeméride se conmemora una vez cada doce meses, y otras hasta antes, cuando tengo la suerte de que algún amigo de paso por Argentina me trae un título inédito en España, o cuando topo, gracias a la pura chiripa de mis vagabundeos por las librerías, con un libro juvenil que había dejado pasar hasta entonces. Llevo unas semanas de absoluta felicidad porque en muy poco tiempo mi celebración ha sido doble: azar y novedad editorial se han dado la mano para traerme El buscador de finales y Los anticuarios.
Pero primero, el hombre. Para los que todavía sean tan desdichados como para ignorar su nombre, apuntemos que Pablo de Santis es seguramente el escritor argentino dotado de mayor inventiva, pulso y capacidad de narrar de toda su generación, a este o el otro lado del océano. La hipérbole es justa: De Santis se curtió en los guiones de cómics y la literatura juvenil, esa que, como él mismo menciona en alguna entrevista, no permite sobornar al lector con el prestigio de la academia o el suplemento. A su convivencia con el lado más lúdico, eficaz y dinámico del arte de contar historias, De Santis debe un mérito lamentablemente escaso entre quienes hoy se dedican a esta clase de cosa: el propósito de interesar a quien le lee. Sus novelas son, siempre y primero, una llamada a la curiosidad, al misterio, al lance; luego, una historia bien trabada, generalmente de ámbito criminal o fantástico, y no pocas veces entreverada de ambos; y, last but not least, un estilo límpido, transparente, casi una frase de violín en un cuarteto de Mozart (y perdón por la pedantería): unas frases prestadas de Borges o Bioy que a menudo se precipitan en el aforismo y el calambur. De Santis sería un genial autor de breviarios.
El buscador de finales. Yo no sabía que Pablo (que en ocasiones ha tenido la amabilidad de remitirme personalmente sus novedades australes) había publicado en Alfaguara Juvenil, en 2009, este texto lleno de encanto que reincide en muchos de sus temas comunes: un joven amante de los cómics logra, después de muchos avatares, entrar a trabajar en la editorial de sus héroes; allí desempeña diversos puestos más o menos subalternos, hasta que se convierte en el especialista más exigente de todos: un buscador de finales: aquel profesional que sabe hallar la conclusión más perfecta y redonda a cualquier historia que se le plantee. Es importante recalcar que, en el acervo de De Santis, denominaciones como relatos juveniles o adultos carecen por completo de relevancia: igual que César Mallorquí, Care Santos, Elia Barceló y otros practicantes de la literatura sin límites, ejerce alegremente eso que ahora se llama crossover, a saber: libros sin edad que se recorren con la misma fruición en la escuela que en el geriátrico. El protagonista de El buscador de finales realizará diversos viajes iniciáticos a lo largo de su carrera profesional que irán capacitándole para calcular el final de la historia más compleja de todas: su propia existencia.
Los anticuarios acaba de ser publicado ahora mismito en España por Destino y sigue caliente en los escaparates. Se trata del esperado regreso de su autor a la novela adulta (repito que el adjetivo no vale nada) después del Premio Planeta Casa de América de 2008, El enigma de París, y contiene, como bien enuncia la publicidad de los editores, el personalísimo asomo de De Santis al tema del vampirismo. Los anticuarios, y no quiero meterme en más berenjenales de los necesarios para haceros comprender que debéis leerla, son criaturas melancólicas, inmortales, tímidas y polvorientas que acumulan antigüedades y libros viejos en el fondo de los zaguanes, en esas ciudades en blanco y negro que salen en las postales. Por diversos azares, el protagonista de la historia se irá a enamorar de la mujer menos apropiada y entrará en contacto con un orbe de seres atormentados por una sed atávica que no tolera la gaseosa.
Muchas veces, Pablo de Santis ha producido en mí, como una radiación, ese efecto perverso que se experimenta frente al trabajo verdaderamente bien hecho: la idea de dejar de escribir. Bien o mal, seguimos haciéndolo, aunque eso no importa: lo importante es que sus libros no dejen de llegarnos desde la otra orilla.
(NB, por si las moscas: Todos estos elogios son sinceros y no existe vínculo de familia que los justifique.)
2 comentarios:
Anímate con una reseña para EC!!!
Descubrí a Pablo de Santis con "Filosofía y letras"; luego leí "La traducción", "El teatro de la memoria" y casi todas sus restantes novelas (me faltan varias juveniles). ¿Por qué es tan difícil que surjan escritores así en España? ¿Por qué existe una robusta tradición de literatura fantástica en Argentina y no en nuestro país? ¿Acaso se debe al bendito influjo de San Borges? ¿La culpa la tiene Cervantes? ¿O la tiene la novela picaresca, que nos condenó para siempre jamás al realismo/costumbrismo? Son preguntas retóricas, no hace falta contestarlas.
Una vez más coincidimos, amigo mío; está empezando a convertirse en una costumbre.
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