Un día de primavera de 1200 y poco, Juan de Mata regresaba del norte de África con una colección de cautivos cristianos arrebatados a los sarracenos. El viento era benévolo y conducía amablemente la nave de Juan hacia las costas italianas cuando de pronto se vislumbró desde lo alto del mástil que otro barco se aproximaba a ellos con intenciones dudosas: aún no existían catalejos, pero sobre la borda que se les venía encima podían distinguirse dos docenas de individuos que agitaban garfios, espadas, alabardas y yataganes, por cuanto el vigía concluyó que seguramente no eran amigos. Y no lo eran: se trataba de una horda de piratas infieles que masacraron a la mitad del pasaje de Juan y dejaron su nave francamente maltrecha. Rasgadas las velas, con el casco convertido en una nuez pisada, el pobre Juan las tenía difíciles para regresar a casa de otro modo que no fuera enredado en algas y con dos litros de agua mediterránea en el estómago. Pero Juan, que había fundado la orden trinitaria en la fecha del nacimiento de Cristo de 1195, año más o menos, y que por tanto disponía de línea directa con el Altísimo, se prosternó en cubierta y comenzó a rezar hasta que las rodillas se le quedaron de cartón. Y Dios, que de vez en cuando usa trompetilla, le oyó, envió una buena provisión de vientos a soplar sobre aquella parte de la Tierra e hizo llegar a sus fieles sanos y salvos hasta el puerto de Ostia.
Lo que Juan no podía imaginar era que en el año de 1660 sería canonizado por sus servicios en favor de la fe verdadera ni que se le otorgaría un día en el calendario para celebrar su onomástica. Ni que trescientos cuarenta y siete años más tarde de su ascenso a los altares y ochocientos y pico después de su diálogo con Dios en el barco, el 10 de marzo, el día consagrado a su nombre, Luis Manuel Ruiz daría inicio a esta bitácora que no sabe a dónde quiere llegar y que también corre peligro de acabar en el fondo del mar, entre las corrientes asesinas de la incertidumbre, la timidez y el hastío. Así que me encomiendo a San Juan y doy inicio a la travesía, a ver qué sale.
Por cierto: uno de los miembros de la orden trinitaria, el padre Juan Gil, liberó en 1580 a Miguel de Cervantes de su prisión magrebí. Lo cual quiere decir: sin Juan de Mata no hubiera existido Quijote; sin Quijote Borges no hubiera escrito Pierre Menard, autor del ídem; sin Pierre Menard, Ficciones no hubiera sido el mismo libro; sin Ficciones, mi vida no habría sido la misma. Supongo que este día presenta buenos auspicios.
1 comentario:
Bienvenido al mundo virtual, compañero.
Publicar un comentario