miércoles, 15 de abril de 2009

A Ratzinger no le gustarían


Una de romanos. En la pasada semana de celebraciones ancestrales, justo es deplorar la paulatina desaparición de una de nuestras tradiciones más valiosas, de aquellas que definen a la Semana Santa con mucha mayor justeza que el hedor a incienso o la miel de las torrijas: las películas de romanos. Con pavor e irremediable nostalgia compruebo que los canales de televisión apenas programan togas y sandalias para la semana en curso. O que, de hacerlo, se decantan por los dispendios horteras y sin alma de las últimas superproducciones televisivas (no es un oxímoron), como la aterradora Jesús protagonizada por Jeremy Sisto, de la que me niego siquiera a hablar, o esa cosa grandilocuente y tramposa que se vendió como la resurrección del viejo cine épico, Gladiator, de Ridley Scott. Sólo la primera cadena estatal se ha atrevido tímidamente a emitir Quo vadis y Ben Hur en horario mañanero, como para no molestar a nadie, mientras el prime time de cada noche se reservaba a contenedores de basura mucho más actuales y de probado diseño. Sin ningún género de dudas, esta sí es la decadencia del imperio romano. Yo sé muy bien qué debería hacerse con los programadores televisivos: arrojarlos a los leones.


Ausencias inexplicables. En fin, la tradición que nunca falla es la de la omisión. Hoy las estrellas son Jeremy Sisto y la hemoglobina de Mel Gibson (versión de la Pasión amparada por el Opus y el emperador galáctico Ratzinger), en el pasado tuvimos el tecnicolor de Deborah Kerr, el circo, los peinados imposibles de Robert Taylor y esa música de fondo con voces blancas que parecen brotar de un disco leído al revés (haced la prueba), pero nunca, nunca, nunca dos películas cuya ausencia no comprendo en estos días de sangre y puñetazos en el pecho: a no ser que la penitencia nos obligue a dejar de lado toda muestra de decoro, originalidad o buen gusto en el tan maleado mundo de las reconstrucciones bíblicas. Supongo, avezado lector, que ya habrás imaginado cuáles son las dos cintas imposibles pero imprescindibles de nuestra Semana Santa, las que jamás presenciarás desde un canal generalista. Dos con las que sin ninguna duda Ratzinger no disfrutaría lo más mínimo: La última tentación de Cristo y, ay, amigo, Jesus Christ Superstar.


Con la cara de Defoe. En defender la primera no voy a enredarme porque no deseo extraviarme en laberintos teológicos ni apuntalar con razones que podrían resultar farragosas por qué considero que el Jesucristo de Scorsese es el más humano, tridimensional e inteligente (al menos para nuestro siglo XXI) que contiene la historia del cine americano. A una estética visual muy cuidada y detallista, según es común en el director, se añaden una interpretación, por parte de Willem Defoe y sus ojos cargados de desesperación y bravura, que deja atrás (por suerte) a los Jesús gazmoños de los colegios de monjas, y una banda sonora, entre tecno y etno, firmada por Peter Gabriel, de lo más recomendable para llevar en el coche antes de ser encadenado a tu puesto de trabajo o intentar un trance con ayuda de estupefaciente y papel arroz. Según sabéis, oh lectores, la película levantó mucho revuelo en su día por proponer la inocente posibilidad de que Jesús estuviera enamorado de María Magdalena y le gustase trajinársela de vez en cuando; tan estúpidos tapujos dejaban de lado la verdadera profundidad del relato, inspirado en la novela homónima de Nikos Kazantakis, y el dilema entre santidad y vida corriente, entre heroísmo y tedio, que constituye su auténtico telón de fondo. Creo que el estruendo mediático no vino bien a la cinta, que todavía hoy resulta más famosa, rechazada o aceptada por su ruido que por ser, como es, una reflexión valiente y lúcida a través de senderos que ya hollaron Kierkegaard o el mismísimo patriarca Abraham. Pero he dicho que, aunque la teología de bajo coste es una de mis aficiones favoritas, no voy a flagelaros con ella, ni siquiera aunque el tema que nos ocupa tenga que ver con eso mismo, látigos y espinas.


Cristo tenía greñas. En realidad, de lo que yo quería hablar es de mi película favorita, sin paliativos ni condicionales, sobre la vida de Cristo: el musical de Norman Jewison, basado en la rock opera homónima de Andrew Lloyd Weber, Jesús Christ Superstar. Sigo sin comprender por qué las obtusas mentes de los programadores la dejan de lado para alegrar los rigores de la Semana Santa española a través del televisor. Con Scorsese los reparos pueden admitirse de algún modo, por lo del revuelo que acabo de mencionar, pero no encuentro nada ofensivo ni constitutivo de mal gusto en el espléndido fresco retro-hippy de Jewison que pueda escandalizar a una monja con bigote. A una banda sonora imprescindible (¿quién puede asistir sin evangélico escalofrío a Hosanna o a Gethsemane, por no hablar del órgano hammond de What’s the buzz? o a la histeria desatada en Trial before Pilate?) se une una puesta en escena que nutriría sin desdoro las fiestas de la primavera de nuestras más alegres capitales de provincia: las pelucas afro de las bailarinas que rodean a Judas en el climático Superstar, los flecos del uniforme del propio Judas, los cueros sadomaso de Anás, Caifás y compañía, la combinación de cascos de Famóbil y metralletas de los soldados romanos, las gafas tornasoladas de Herodes, el look rasta de Simón el Zelote, son motivos de cargo para ver esta cinta una y otra vez y admirarse de que por fin alguien haya tenido la dichosa idea de abordar la historia de Cristo desde otro ángulo y aportarle algo de originalidad restándole mármol. (Pero soy injusto: acabo de recordar Godspell, otro musical hippy dirigido en 1970 por Stephen Schwartz y John-Michael Tebelak en que también se planteaba la historia de la cruz y las treinta monedas entre greñas y pantalones de campana.)


Últimas preguntas. ¿Tiene algo que ver que las dos películas que acabo de reclamar tengan como protagonista principal no a Jesús sino a Judas? ¿Desconfiarán las autoridades televisivas? ¿Será Judas Iscariote el auténtico mesías en vez del otro, como pretendían el famoso evangelio del National Geographic y aquel teólogo sueco imaginado por Borges? ¿Nos imaginamos diciendo, después de que alguien estornude, “Judas”?

4 comentarios:

Juan Carlos Palma dijo...

Muy agudo, Luis. Yo también me confieso sin rubor admirador no sólo de la cinta de Jewison, sino de la versión española amparada por Teddy Bautista y con Camilo Sesto y Ángela Carrasco. Llamadme freaky, me da igual.

Daniel Ruiz García dijo...

Impecable. Con un pero: Peter Gabriel me parece infumable, incluso aunque venga por Scorsese, al que rara vez le falla el olfato musical.

Luis Manuel Ruiz dijo...

Juan Carlos: la versión en español es igualmente recomendable, aunque yo estoy acostumbrado a la inglesa porque es la que conozco mejor. En cualquier caso, me refiero a la española de Camilo, Teddy y Ángela, y no al engendro que están reponiendo ahora en Madrid.

Dani: te aseguro que esta banda sonora es estupenda y acompaña inmejorablemente a la trama. Su combinación de elementos tribales y electrónicos logra un cóctel que hipnotiza, como se demuestra (sobre todo) en los títulos de crédito y la escena en que Jesús exorciza a los endemoniados. Échale otro vistazo (u otra audición), a ver qué te parece.

José Almeida dijo...

El Judas negro de Jewison se come la película desde que aparece en lo alto de esa montaña, con esos planos setenteros desde lejos que se acercan al personaje mediante un rápido zoom y que sólo se utilizaron (prácticamente) en los 70. Estoy recordando cómo también se abusaba de ellos en El Planeta de los simios. Hoy es una práctica casi abandonada.

Siempre he pensado en Jesucristo Superstar como la gran película de Judas:la composición del personaje, su dualidad, sus dudas, su enfrentamiento a la heroicidad abstracta y meliflua de Jesús... todo ello transmitido mediante una música y unas letras de gran emoción. De hecho siempre sufro un pequeño bajón cuando la reveo y muere Judas. De ahí al final parece como que le falta algo a la historia, que ya sólo nos queda el héroe trágico. Un Jesús que pierde brillo sin la presencia de su antagonista, hasta la reaparición final de Judas apelando a Cristo y preguntándole que sería de él si surgiera ahora, en la actualidad

Por cierto, yo durante mucho tiempo la versión que controlé (en una entrañable cinta de cassette azul de TDK) fue la española, hasta que unas cuantas revisiones de la película me hicieron acostumbrarme a la inglesa de la película. En lo que estoy de acuerdo, Luisma, es que la nueva versión teatral(que yo vi hace más de una año en Madrid) no alcanza ni de lejos a las voces de Camilo, Teddy, Ángela y demás. Es una muy pobre adaptación con la que es difícil emocionarse.

Saludos