sábado, 12 de diciembre de 2009

La víctima de los sentidos



Historia de una mutilación. La editorial Atalanta, ese delicioso capricho que se han permitido el conde de Siruela y su eginética señora, Inka Martí, acaba de subsanar una omisión muy lamentable en la historia editorial española: ha publicado, íntegra, sin cortes ni enmiendas, la populosa Historia de mi vida de Gian Giacomo Casanova. Encuentro el acontecimiento de lo más feliz, aunque muy probablemente tan egregia versión no termine por ocupar espacio en mis estanterías (hablamos de 120 euros de exquisitos márgenes y papel libre de productos químicos); y lo digo porque mi afición por la vida de Casanova, uno de los autobiógrafos más refrescantes y lúcidos que han existido y uno de los mejores retratistas del siglo en el que le tocó vivir, me llevó en su día a recolectar la mayoría de las versiones, todas lisiadas, de que disponía hasta ahora el lector en castellano. Obran en mi poder volúmenes huérfanos de la traducción de Ana María Aznar para Cupsa Editorial (Madrid, 1977), luego reeditada en la colección de quiosco de La Sonrisa Vertical en los años ochenta; y la deliciosa y revenida presentación en dos volúmenes de EDAF para su colección “El arco de Eros”, vertida en su mayoría por traductores sudamericanos (Buenos Aires, 1962). Todas ellas me hacían soñar con la monumental edición de Brockhaus-Plon de 1960-62, o con la de Livre de Poche que en cuatro tomos recogía la integral de los textos biográficos del autor; pero ante las imposibilidades financieras me conformé con el modesto aperitivo que ofrece Gallimard en Folio Classique (Préface de Jean-Michel Gardair, antología anotada, con estudio y bibliografía, París, 1986). Los legos han de saber que esta versión francesa es la original, porque Casanova escribió sus memorias en el idioma de Voltaire (a quien admiraba y denostaba a mitades iguales) y no en el vulgar dialecto de los labriegos de su tierra: el francés era la lingua franca del XVIII, seguiría siéndolo durante el XIX y constituiría patrimonio de persona culta hasta el bárbaro siglo XX y el Plan Marshall. Para convenceros: las largas conversaciones francófonas de Guerra y paz y La Montaña Mágica.


Pero, ¿de veras merece la pena acercarse a Casanova? De todo punto, sí. La posteridad, con ayuda de algunos libertinos mal orientados, de Federico Fellini y Donald Sutherland, nos ha hecho creer que este señor era un calavera cuya única y exclusiva ocupación consistía en evaluar la geometría de la vulva femenina y de elaborar un censo de sus variantes: lo cual es cierto, pero como todo lo cierto sólo en parte. Hoy nos admiraría saber que en su época Casanova se presentaba a sí mismo como filósofo (y al menos era tan filósofo como el otro calavera de Fernay), y que es autor de novelas eruditas, ensayos y disquisiciones sobre temas varios, siempre escritos en lengua culta (latín o francés): a su pluma pertenecen títulos del jaez de la Solution du problème déliaque (Dresde, 1790), obra de matemática profunda sobre un asunto que había suscitado la atención de sir Isaac Newton, o de Icosameron, o Historia de Eduardo y de Isabel, que pasaron ochenta y un años entre los Megamicros, habitantes aborígenes del Protocosmo en el interior de nuestro orbe (Praga, 1788), fábula ésta última que polemiza sobre la noción de incesto y sus implicaciones. Pero, evidentemente, lo más sabroso de la cantera de Casanova son sus productos memorísticos; y no sólo la famosa Histoire de ma vie (cuya primera edición, póstuma y ya amputada, data de 1821), sino otras joyas menores como El duelo (un estudio de psicología espléndido que en España editó Bruguera allá en el 1988) o Huida de las prisiones de Venecia llamadas Los Plomos (consultar la coqueta edición castellana de Valdemar, 1996). En todas ellas, Casanova se presenta como lo que realmente es: un cronista escrupuloso, irónico, atento a su tiempo, recogedor de anécdotas, incansable coleccionista de amantes, sí, pero también de personajes curiosos, de aventuras de toda laya (lo mismo esotéricas que militares o amorosas), y, sobre todo, un excelente protagonista literario. Resulta imposible no enamorarse de él cuando espiga aquí y allá, a lo largo de su texto, confesiones personales que nos lo retratan en toda la intimidad de su camisón; el prefacio a la Histoire de ma vie supone todo un tesoro al respecto:


“A pesar del fondo de excelente moral, fruto necesario de los divinos principios enraizados en mi corazón, he sido toda mi vida víctima de los sentidos; me agradó el descarrío, viví continuamente en el error, sin otro consuelo que el saber que estaba en él” (edición de EDAF, vol. I, p. XXII).



En conclusión. La Vida de Casanova se encuentra al mismo nivel de otras joyas de la memoria de la historia de la escritura: todos esos textos en que un hombre busca justificación o amparo del juicio de la posteridad en un tono próximo a la confesión, pero trufado con la ironía y la autoindulgencia que da la distancia en el tiempo: hablo de la Vita de Benvenuto Cellini, de las Memorias de Lorenzo da Ponte, del Cuaderno Rojo de Benjamin Constant. Horas y horas de lectura sin precio, que no agotan ni siquiera 120 euros.

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