Tiempo ha, escribí una entrada aquí confesando mi predilección por las historias policiales ambientadas en la Alemania de entreguerras. Hoy declaro otra de mis devociones: la Unión Soviética. Aunque no tan explorado (ni explotado) como el del auge del hitlerismo, el paisaje de la extinta dictadura del proletariado ruso ofrece un excelente fondo sobre el que dibujar cualquier trama con crímenes, traiciones, sangre y pistolas de por medio, sea en la variante del asesinato puro y simple o en aquella otra complicada con espionaje y móviles geopolíticos. El motivo de ello, creo, va más allá de la reciente moda de situar argumentos criminales en épocas históricas alternativas, prestando una atención mayor al atrezzo y la indumentaria de los personajes que a la propia acción a desarrollar. La URSS y el nazismo ofrecen marcos incomparables por una sencilla razón que creo haber ya apuntado antes: si los obstáculos engrandecen al héroe, el detective que desempeñe su actividad en una dictadura será mucho más potente, capaz y resuelto que aquel otro que goce de las prerrogativas de la democracia, donde se supone la transparencia de información. En la URSS y el Tercer Reich, el detective no sólo se opone al delincuente: se opone al sistema entero, a la completa realidad de que ese sistema es garante.

Para interesados en casos criminales con hoces y martillos, recomendar también la meritoria serie de Stuart S. Kaminsky cuyo protagonista es el inspector cojo Rostnikov, y de la que se ha publicado en España, creo, por lo menos un episodio con el título de Camaleón rojo (traducción de Alberto Borrás, Ediciones B, 1987). Y, claro, la de Tim Rob Smith y el agente Leo Demidov, inaugurada con la demoledora Child 44 (2008), que he visto de saldo en las librerías (traducción de Mónica Rubio en Espasa) a cuatro o cinco euros de nada: haceos un favor, niños, y de camino le evitáis un esfuerzo a las trituradoras de papel.