domingo, 19 de febrero de 2012

La juguetería movediza



Compruebo sin sorpresa que la editorial Impedimenta ha alcanzado ya la tercera edición de un clásico de la literatura policíaca que, ay dolor, permanecía virtualmente virgen hasta el año pasado en nuestro país. Y digo sin sorpresa porque es una de las novelas más refrescantes, divertidas e inteligentes que uno puede encontrar en su carrera de lector: The moving toyshop, de Edmund Crispin (seudónimo que fue de Robert Bruce Montgomery, 1921-1948), traducida por José C. Vales como La juguetería errante. Un breve buceo por Internet me revela que, aunque parezca mentira, no permanecía inédita en España: nuestros abuelos conocieron una versión de 1948 (dos años después del original) que lleva el extraño título de El bazar diabólico, con traducción de Benito Montuenga y publicada por la editorial Alhambra.

Supongo que si me limito a afirmar que esta es una de la docena escasa de novelas que convierten el género policíaco en algo más que un entretenimiento de más o menos buen tono, nadie aceptará mis palabras porque sí, sin alguna aclaración o escolio. The moving toyshop forma parte de la serie que su autor construyó en torno a un personaje carismático e irritante a partes iguales, Gervase Fen, profesor oxoniense de lnegua y literatura inglesas. El primer título de la colección (que apareció en España en el Libro de Bolsillo de Alianza) se llamaba The gilded fly o La mosca dorada y nos presentaba un Oxford asolado por la guerra y las cartillas de racionamiento, donde estudiantes más bien excéntricos se codeaban con profesores  (dons, en el original inglés) que tampoco les andaban a la zaga y donde el inverosímil suicidio de una actriz es sometido a la perspicacia de Fen. Ello da pie a una cadena de sabrosas ironías y parodias sobre el mundo de la escena anglosajona de entreguerras. En algunas de las novelas de la serie (no en The toyshop) al de Fen sirve de contrapeso el personaje de sir Richard Freeman, jefe de policía de la ciudad enamorado de la vieja literatura nacional: Fen es detective por afición, Freeman un erudito en sus ratos libres, y las diatribas de ambos sobre Tennyson o la poesía metafísica inglesa sirven para amenizar las peripecias de ambos en busca del criminal de turno.

Repetiré que The moving toyshop es una novela excepcional. Porque los amantes habituales de las historias de intriga se verán boquiabiertos y desorientados en cuanto se asomen a sus páginas. A pesar de estar considerado uno de los últimos representantes de la edad de oro británica del relato policíaco (la del fair play y todo eso: Michael Innes, Margery Allingham, John Dickson Carr), Crispin viola alegremente (y el adverbio es exacto) la mayor parte de sus convenciones. La trama está repleta de ocurrencias, lances irónicos, secundarios descacharrantes, conversaciones de cultura de alta gradación, retratos de costumbres y plácidos retos intelectuales. Todo comienza cuando el poeta Cadogan llega a Oxford en busca de linimento para su orgullo herido, porque no es fácil ser poeta en los tiempos que corren (igual que en los demás); sin pretenderlo, en mitad de la madrugada topa con una juguetería donde una mujer ha sido estrangulada; al regresar a la mañana siguiente, la juguetería no está: se ha convertido en una tienda de ultramarinos.

Y hasta aquí puedo leer. Lo demás lo dejo a la curiosidad (y el júbilo) del público.

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