¿Nostalgia por la desaparición de la Britannica en papel? Ciertamente. Sólo nostalgia: mucho me temo que, aparte del terreno de los sentimientos, poco más se va a perder. Las últimas ediciones impresas, lejos de las criaturas mitológicas de principios del siglo XX, eran antipáticas colecciones de mapas, tablas y fotografías que podían encontrarse en cualquier hemeroteca. Internet las ha aniquilado a todas: ¿quién almacenará treinta o cuarenta volúmenes a cuatro columnas en casa pudiendo enterarse, en cualquier instante y a través del móvil, de una fecha o el título de un libro que había traspapelado? El futuro, el presente es Wikipedia, y yo he de reconocer que a este respecto no soy nada nostálgico. Más bien al contrario: soy un adicto confeso a Wikipedia, y me paso las horas muertas recorriéndola arriba y abajo, saltando de link en link y sorprendiéndome de la vastedad de cosas que ignoro, de cómo crece no todo lo que sé, sino todo lo que no. Dicen por ahí que Wikipedia contiene muchos errores, y no lo niego; la falta de autoría expresa, el anonimato de los redactores, la carencia de aval académico fomentan la atribución gratuita y la chapuza en muchos casos. Pero, aparte de eso (más común en las enciclopedias de papel de lo que se pudiera pensar: ¿cuántos negros, becarios y gente-que-pasaba-por-allí no ha escrito artículos para Salvat, por ejemplo?), he de reconocer que ninguna obra encuadernada había puesto jamás a mi alcance la monstruosidad de conocimiento que ahora almacena la web. Incorrecta, en ocasiones, imprecisa o simplemente tendenciosa: pero ahí, al fin y al cabo, esperando a que el profano separe bíblicamente el trigo de la cizaña y se quede con lo mejor.
También, es cierto, habrá cosas que se pierdan. En primer lugar, como dice Alberto Manguel, el placer del vagabundeo. Teclear un nombre y recibir ipso facto un vómito de datos con anteojeras impide demorarse entre las páginas porque sí, sin dirección, sin necesidad de nada, simplemente por mirar, como quien hojea una revista o un tebeo en el baño. Reconozco que muchos de mis mejores ratos han transcurrido en el salón de casa de mis padres, con la vieja Larousse entre las rodillas, saltando con descuido de reyes a venenos, de las estrellas a Afganistán, y deteniéndome a contemplar retratos de serigrafías con colores de humo donde apenas se reconoce el rostro de alguien. Uno menciona la Britannica y se acuerda inmediatamente de Borges y de tardes larguísimas y de bibliotecas que se pierden en la lejanía y del orbe inmenso y entreverado de la literatura, y se entristece al pensar en su muerte. Pero no es muerte de lo que hablamos en realidad, porque nada muere del todo: se pudre, se descompone, se sintetiza, se olvida, se recompone, se recomienza, vuelve, nunca se fue.
But all novelty is but oblivion.
No hay comentarios:
Publicar un comentario