domingo, 4 de marzo de 2012

El Holmes barato de Barcelona



Por razones que no vienen al caso, el otro día me hallaba yo recorriendo uno de los libros más gratos que se pueden arrancar a una estantería, The misadventures of Sherlock Holmes (1944), de Ellery Queen, y me topé con unos párrafos que me llenaron equitativamente de estupor, curiosidad y vergüenza ajena. Aclaro que en este volumen imprescindible para amantes del detectivismo, el humor y la hipertextualidad literaria, Queen, conocido crítico y teórico del género negro amén de autor, reúne por vez primera las parodias que escritores amigos o rivales dedicaron a Sherlock Holmes, ese mito irrompible, desde su aparición en 1889 hasta la fecha de la antología, que es, como he puesto más arriba entre paréntesis, 1944. En semejante florilegio, repleto de imaginación e irreverencia, el lector topará con el descacharrante Sherlaw Kombs, inepto salido de la pluma de Robert Barr, y con el exquisito Solar Pons, de August Derleth, el único heredero de Holmes que merece verdaderamente ese título; se incluyen también sátiras y homenajes de J. M. Barrie, Mark Twain o Agatha Christie. Pero, naturalmente, como en toda antología, tan importante como lo que se incluye es lo que no. Y aquí es donde está la madre del cordero.

En una introducción llena de diapositivas y recuerdos de infancia, Queen nos confiesa lo que ha disfrutado desde pequeño leyendo las aventuras de Conan Doyle y lo satisfactorio que le ha resultado reunir un libro como este. Explica quiénes son los que están allí y por qué. Y a continuación pasa también a mencionar lo que quizá debería estar pero no está, por motivos diversos. No está, porque el intelectualismo de la trama excede con mucho (dice él) el interés del lector medio, la trama que Andrew Lang inventó en torno a la solución del último episodio del Edwid Drood de Dickens (la novela que Dickens escribía en el momento de morir, la única novela policíaca que Dickens se arrojó a escribir, y a la que la muerte convirtió en la obra abierta por excelencia de la historia de los crímenes literarios); no están (y es lástima) los pastiches de H. Bedford Jones, donde se revelaba la verdad sobre el contenido de la “caja de hojalata abollada y gastada por los viajes” que Watson atesoraba en un sótano del banco Cox & Co., en Charing Cross (The Adventure of the Atkinson Brothers, entre otros, o The Affaire of the Aluminium Crutch). Y seguidamente, Queen practica un punto y aparte y escribe lo siguiente, que traduzco de manera literal (Boston, Little, Brown and Company, 1944, páginas XIII-XV):

Hemos omitido también (esta vez sin pesar) la traducción de alguno de los numerosos pastiches de “Sherlok Ol-mes” malparidos, por así decir, en las fábricas de literatura barata de Barcelona. Fueron escritos por periodistas anónimos y difundidos a través de los países de habla hispana del mundo. Entenderán nuestra reserva cuando lean la siguiente sinopsis, generosamente facilitada por ese infatigable entusiasta, el señor Anthony Boucher. Ejemplo típico de lo que le sucede a Holmes en Memorias Últimas es este popurrí hirviente de sexo y efectismos titulado Jack el Destripador.

La historia comienza en la oficina del señor Warrn [sic], jefe de policía de Londres. Holmes acaba de volver de resolver un delicado asunto en Italia, y Warrn le pone al día de los últimos acontecimientos en el mundo del crimen londinense: Jack el Destripador. Hasta ahora, ha habido 37 (!) víctimas, todas mujeres.

El detective Murphy, antiguo rival de Holmes, entra con noticias de la número 38, la cantante Lilian Bell. Luego de un áspero cruce de insultos, Holmes y Murphy deciden apostar entre ellos quién de los dos cazará al Destripador. La cantidad final asciende a 1000 £, a las cuales Warrn añade 25 botellas de champán para el ganador.

A continuación contemplamos el dormitorio de la hermosa Lilian, con su cuerpo hecho trozos elegantemente colocado entre flores encima de la cama. Su doncella, Hariette Blunt, está desconsolada. Su hermano, Grover Bell, se pregunta por su testamento. Josias Wakefield, representante de la empresa de pompas fúnebres Requiescat in Pace, solicita medir el cuerpo. Sus actividades son curiosas, entre ellas el descubrimiento del diente falso de Lilian y la consecuente deducción de que fumaba opio. Aplica su lente de aumento debajo de la cama y encuentra allí a un individuo disfrazado en el que reconoce a Murphy. Murphy cierra el puño y ruge:

—Hombre, o más bien demonio, ¡te conozco! Eres... eres...

—Sherlock Holmes, detective, a su servicio —dijo el otro con una carcajada. Y desapareció

A continuación Holmes se disfraza de adicto al opio, causando la divertida sorpresa de su ayudante, Harry Taxon (!), y se desliza fuera de casa para ocultar tan deshonrosa mascarada a su patrona, la señora Bonnet (!). Visita un fumadero de opio regentado por una mestiza, la señora Cajana, consigue opio de ella, y entonces la chantajea a cambio de información so amenaza de denunciar su negocio. Se entera de que Lilian Bell era cliente suya, y de que la señora Cajana obtiene la droga de un misterioso personaje que ella conoce sólo como “el Médico Indio”. De pronto se oye un grito en la habitación de al lado. Irrumpen en ella y encuentran a una hermosa damisela con el vientre destripado. Holmes sorprende al Destripador en su huida, le persigue, pero el Destripador remata su fuga saltando atrevidamente sobre un tren en marcha.

Holmes identifica a la última (y trigésimo novena) víctima por sus zapatos de encargo como la Condesa de Malmaison. Visita a su padre, el marqués, un áspero y anciano caballero que cree que su hija tenía merecida su muerte si invertía su tiempo en fumaderos de opio.

Holmes interroga a la doncella de la condesa. Ella le cuenta que la condesa usaba el fumadero de opio como tapadera para ocultar sus citas con su instructor americano de equitación, Carlos Lake.

Holmes acude a Lake y se entera de que la única otra persona que conocía este arreglo era el doctor Roberto Fitzgerald, un prominente y respetable médico del West End de antepasados indios, que había previsto encontrarse con la condesa en casa de la señora Cajana. El doctor iba a examinar a la condesa con el fin de realizar un aborto.

Holmes sigue a la esposa del doctor (“Cuando desees conocer los secretos de un hombre, debes seguir a su mujer”), y presencia una cita amorosa en Hyde Park entre ella y el capitán Harry Thompson. Así oye a escondidas que Ruth Fitzgerald, la esposa del doctor, planea abandonar a su esposo brutal y medio loco para buscar refugio en casa de la madre de su amante.

Entonces Holmes se disfraza de un fabricante de jabón retirado llamado Patrick O’Connor, aborda al doctor Fitzgerald, y le previene de la fuga de su esposa. El doctor tiene literalmente un ataque y condena a la completa tribu de Eva como un montón de serpientes que deben ser destruidas. Tiene una escena terrible con Ruth, tras la cual se tranquiliza gracias a una dosis de morfina.

A continuación, Holmes se disfraza de Ruth Fitzgerald (!) (“Las mujeres inglesas son usualmente más esbeltas que rellenitas, y su estatura es a menudo sorprendentemente alta”). Maniobra para apartar a Ruth de su cita y se pasea “de ese modo especial en que las mujeres públicas recorren las calles”.

El doctor Fitzgerald llega y “le” reconoce.

—¡Mi mujer! ¡Haciendo la calle!

Y el Destripador surge de golpe. Ataca a Holmes pero en vano; el detective se ha provisto prudentemente de una coraza de acero.

Entretanto, en la oficina de Warrn, el jefe de policía escucha el informe de Murphy. Holmes, todavía con el aspecto de mujer perdida (más todavía), arrastra dentro al doctor Fitzgerald, y Murphy reconoce que ha perdido la apuesta.

Estarán ustedes de acuerdo en que cualquier comentario sobra.


He explorado la web y sus rincones más polvorientos en busca de este Sherlock Ol-mes y sus muy lamentables aventuras, mas ha sido en vano. ¿Hay por ahí algún alma caritativa que se apiade de los amantes de la basura libresca y me haga llegar alguna información, si la tiene? Holmes en las alcantarillas de la Barcelona de posguerra es algo que aplacaría los más locos ensueños de esta víctima del síndrome de Diógenes. Gracias.

2 comentarios:

César dijo...

No sé nada de ese Holmes en Barcelona, pero supongo que conoces las "Novísimas aventuras de Sherlock Holmes", de Jardiel Poncela. Las puedes encontrar en "El libro del convaleciente" y, como casi todo lo de Jardiel, son divertidísimas.

Elena Rius dijo...

El argumento que reproduces no tiene desperdicio. Me ha entrado la curiosidad, desde luego y he echado un vistazo en la base de datos de la Biblioteca de Catalunya, donde he encontrado una colección titulada "Memorias íntimas de Sherlock Homes" de 1910 que a lo mejor es esto que buscas: http://cataleg.bnc.cat/search~S13*cat?/Xt:(sherlock)+and+not+a:(doyle)&SORT=DX&l=spa&m=a/Xt:(sherlock)+and+not+a:(doyle)&SORT=DX&l=spa&m=a&SUBKEY=t%3A(sherlock)+and+not+a%3A(doyle)/1%2C44%2C44%2CB/frameset&FF=Xt:(sherlock)+and+not+a:(doyle)&SORT=DX&l=spa&m=a&40%2C40%2C