También yo he
incurrido en el pecado de las historias con cameo. Mi última novela publicada, Tormenta sobre Alejandría, contaba entre
sus protagonistas a Hipatia, la famosa matemática y filósofa que en su día
deslumbró por belleza y sapiencia a sus barbudos contemporáneos de la capital
del Mediterráneo. La receta consiste en lo siguiente: uno toma un argumento que
podría situar en cualquier otra época o lugar, que podría endosar a cualquier
otro individuo, e injertarlo, a veces con calzador, en la biografía de un
nombre de postín. La literatura reciente ofrece casos a porrillo, y, siguiendo
la corriente, lo mismo el cine: el notorio personaje histórico, político,
artista, escritor que por azares de la vida se convierte de pronto en centro de
una trama oscura sobre la que debe aportar luz. El autor de novelas policíacas
que de repente deviene detective; el presidente de una nación que ahora mata
zombis (glup); el episodio oculto de la mocedad del gran hombre sobre el que
los cronistas suelen pasar de puntillas. Ahora veo que el turno le ha llegado a
Edgar Allan Poe: en España acaba de estrenarse El enigma del cuervo.
Supe de esta adaptación (no sé de qué, pero así la
llaman los periódicos) hace unos meses, cuando la película se presentó en EE.
UU. y el blog de ficción fantástica Tor le dedicó una crítica demoledora. Copio
el párrafo que abre fuego:
“Bueno, The
Raven no es muy buena. Selecciona al azar detalles de algunos de los
cuentos de E. A. Poe y un puñado de tópicos sobre su vida y los injerta en un
relato de progresivos asesinatos en serie en el cual el personaje de Poe, el
más visible, es perfectamente superfluo.”
Ninguno de los
defectos que el reseñista achaca a la cinta me sorprende: oportunismo,
argumento traído por los pelos, truculencias de adolescente, psicokiller del
montón son armas de las que la industria yanqui se sirve a menudo y que lo
mismo le sirven para roto que para descosido. Supuestamente, el filón de la
cosa se halla en la figura del carácter principal, Edgar Poe, inventor de la
ficción policíaca y seguramente el mayor terrorista (en calidad y cantidad) que
la literatura ha dado jamás. Cómo dejar pasar de largo a un tipo que soñaba con
entierros prematuros y se asomaba a los precipicios por pura diversión, que
resolvía acertijos lógicos para pasar la tarde, que decidió enfrentar a una
pura máquina de raciocinio (monsieur Dupin) contra los detalles de un asesinato
brutal y escandaloso ocurrido en una lejana ciudad del otro lado del mar. Debo,
debemos tanto a Poe que es difícil imaginar la cultura contemporánea sin él
(sobre eso ya escribí en su día esto): pero el homenaje que le tributa James Mc
Teigue (director de The Raven, que se
llama la película en el original) no parece hallarse muy a la altura.
Aunque me dé
repeluco, es probable que acabe viendo la película y ya os contaré. Mientras
tanto, me da por pensar que, a pesar de su muy romántica vida, de su misteriosa
muerte y sus obligatorios relatos, el de Edgar Poe es un personaje que la
ficción no ha depredado a menudo. Está, aparte del homenaje de mi amigo Félix
J. Palma en su recién salida El mapa del
cielo (que recomiendo, claro), aquella atroz cosa de Matthew Pearl a la que
no debéis acercaros ni bajo los efectos de los estupefacientes (La sombra de Poe, prefiero no indicar
fecha ni editor), y, es cierto, una novela muy curiosa de Andrew Taylor sobre
la que caí no ha tanto y que fantasea con los años mozos del autor de El cuervo. Se titula The American boy y en castellano ha sido
traducida como, creo, Un crimen
imperdonable (Edhasa, 2005): centrada en la juventud británica de Poe, se
trata en realidad de la historia de su preceptor, un individuo enamoradizo y
algo bobo que sin comerlo ni beberlo se ve inmerso en una trama de
suplantaciones de personalidad y herencias robadas. Esta tiene poco que ver en
realidad con Poe, pero por lo demás está bastante bien. En fin, si me acuerdo
de algo más lo iré poniendo por aquí. Y si alguno de vosotros va a ver la
película, le invito a que deje sus impresiones abajo: me gustaría mucho
equivocarme.
1 comentario:
La película es absolutamente atroz. Tuve la desdicha de verla ayer y no vale ni como homenaje petardo al gran Poe.
Mathew Pearl... ay... Empecé a leer tres veces su "Club Dante" y es que no había manera.
Un saludo.
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