Soñaba con una torre. Es algo que me sucede a menudo, soñar con torres. No sé si se trata de la Torre de Babel o de la Torre Cajasol: en cualquier caso, subo y subo un tramo infinito de escaleras que se enrosca hacia las alturas y que parece no concluir jamás. En cierto punto los peldaños desaparecen, la espiral se deshace en el vacío. Entonces despierto. Al despertar, me pareció oír a alguien junto a la cama. Al principio pensé que era Luigi. Tengo un niño de seis meses que se llama Luigi y que de noche bracea sin cesar en su cuna como si los sueños fueran una corriente y él la atravesara nadando. A menudo me pregunto en qué consistirán los sueños de un bebé de seis meses y nunca he alcanzado una respuesta satisfactoria, pero de lo que no parece caber duda es de que contienen agua.
El ruido que había percibido junto a mi almohada no provenía del niño. Había alguien sentado allí, con la piel blanca como la de una monja. Le pregunté quién era y cómo había entrado en el dormitorio. Se presentó como mi ángel de la guarda y dijo que venía a traerme un mensaje. En general, desconfío de los mensajes oficiales aunque los traigan los ángeles de la guarda: siempre le digo a Teresa que no firme ninguna carta certificada del ayuntamiento, por las multas, sobre todo. Teresa es mi mujer, y dormía plácidamente a mi costado mientras yo hablaba con el desconocido de la cara de papel.
—Tienes una misión y la has descuidado —dijo el ángel—. He venido a recordarte que debes ponerte a la tarea una vez más.
Le pregunté a qué tarea se refería. En realidad, hay muchas que descuido.
—El Testigo Ocular —dijo él, y vi que sus ojos brillaban como el piloto de un mando a distancia—. Comenzaste ese blog y lo dejaste arrumbado hasta en tres ocasiones. Es el momento de que lo retomes y de una vez definitiva.
Bufé. No quise ni mirar el despertador, porque a las siete y media tenía que estar con los pies en las pantuflas.
—Con esto del blog creo que he cometido un error —pretexté—. Hay personas que pueden escribir blogs y personas que no, igual que hay gente con talento para el dibujo y otra que no es capaz de entonar una melodía. Por cierto, no conozco tu nombre. Los ángeles tenéis nombre, ¿no? Creo que John Dee invocaba ángeles desde una pentalfa, y de algún modo tenía que llamarlos.
—En efecto, tenemos nombres, aunque resultan un poco complicados de pronunciar para los humanos. El mío es √2.
—No parece muy complicado.
—En realidad es una abreviatura. El original es 1,41421356237… y una cantidad infinita más de cifras que no respetan ninguna pauta conocida. Es un número irracional.
A menudo, la vida es irracional. Yo había pensado que las matemáticas suelen ser más sensatas que la vida, pero me equivocaba.
—Pues sí, es un nombre incómodo —reconocí—, aunque no creo que llamase mucho la atención entre la cascada de Jennifers, Christians o Yasminas que pueblan recientemente nuestros censos. Si no te importa, te llamaré Viernes, que es algo que tengo más a mano, según el despertador.
Le pareció bien. Luego volvimos a discutir sobre el asunto del blog y mi obligación, inexcusable según él, de seguir nutriéndolo con nuevas entradas. Objeté que mi inteligencia era de tamaño mediano, por no decir que de talla S, y que no me daba para un blog. Empezar El Testigo Ocular había sido una temeridad.
—Para escribir un blog en condiciones —me defendí—, es necesario tener algo interesante que contar cada día, y palabras interesantes para contarlo. Ahí están Alejandro Luque, que se lee un libro cada tarde, o Vicente Luis Mora, a quien ningún título puede coger desprevenido porque los devora incluso antes de que lleguen a las librerías. No puedo compararme con ellos.
El ángel sonrió.
—Debes proseguir —dijo—. Tal vez tu blog no valga mucho, en eso estamos de acuerdo, pero tiene que existir. Si lo matas, morirá con él un punto de vista, una de esas mónadas diminutas en la que se refleja el jardín en la alegoría de Leibniz. El universo es más perfecto cuanta mayor variedad posee. Un universo sin piojos estaría en desventaja frente a otro que sí los posee.
A mí esto me pareció un sofisma, por mucho que viniera de la boca de un ángel. No creo que nuestro universo sea mucho más perfecto que otro paralelo donde no se encuentren Sánchez Dragó o Jiménez Losantos, aunque igual me equivoco. Como no me veía muy convencido, el ángel me atornilló la sien con su dedo índice. Estaba frío.
—No te preocupes —dijo—, yo te ayudaré a pasar por inteligente. Te daré material para que escribas, te ofreceré datos como para llenar una enciclopedia y te traeré ejercicios que tonificarán tu cerebro deficiente. Seguirás sin tener nada que contar, pero al menos pasará por ser algo interesante: ¿o es que tú te crees que el resto de la gente hace sus blogs de manera distinta? Además, eres un poco escritor. El Testigo Ocular debe resucitar. Así que levanta y ponte manos a la obra.
Obedecí y aquí estoy, escribiendo estas sandeces mientras Luigi barbota entre los pantanos de su sueño. Eso que llega por la ventana es el viernes.
3 comentarios:
No suelo estar de acuerdo con los ángeles, pero en este caso Viernes tiene razón.
Querido César: gracias por tu confianza. Haremos caso a Viernes y a ver qué pasa.
Me ha gustado esta entrada especialmente, tanto como el título de la bitácora. Te mando un saludo y una invitación a la mía. Tomás Rodríguez
http://tropicodelamancha.blogspot.com
Gracias
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