martes, 16 de diciembre de 2008

Vampirismo


Hace años, Lucía Luengo me condujo hasta el despacho que entonces la cobijaba en la sección Infantil y Juvenil de Alfaguara y me enseñó una caja de zapatos. Al abrirla, descubrí una manzana de mentira y un libro. Era Crepúsculo, el título inicial de la (ahora) inevitable trilogía de Stephenie Meyer, que lleva todas las papeletas de heredar los excesos mitómanos del mago miope y los jedis verdes de medio metro. Entonces, Lucía me profetizó que aquella novela, con las dos que la continuaban, iba a convertirse en un éxito de ventas sin precedentes y que iba a romper todos los techos de las estadísticas y a reventar las listas de los suplementos. Yo asentí sin convencimiento: he oído demasiadas veces a un editor prometer lo mismo, sea de un libro mío o, más frecuentemente, del de otro. El caso es que, según demuestran la versión cinematográfica, la reedición del título en formato bolsillo y la avalancha de merchandising que se avecina, la señorita Luengo (ya señora) tenía razón.

Ella me describió el argumento de la obra como la historia de amor imposible entre un vampiro y una niña de instituto a la que empiezan a afear los granos y las primeras reglas. Lo que he entrevisto de la película en los noticiarios refrenda su resumen: una especie de protagonista de teleserie juvenil pintado con tiza (por lo de la palidez) lleva a su novia a lo alto de una conífera para que contemple la inmensidad de la ciudad en la noche o la protege de los apetitos de sus compañeros de ataúd, más interesados en la sangre de sus venas que en las carnes que las envuelven. El éxito, dicen quienes entienden de estas cosas (y Viernes se muestra de acuerdo) está garantizado por dos sucintos motivos: folletín amoroso adaptado a las lectoras de Vale y Super Pop y vampiros. Los vampiros son el futuro: nunca mueren.

Me da ahora por preguntarme por la pervivencia de este mito de la literatura fantástica, el vampiro, y de su excelente estado de salud en contraste con otros de sus congéneres. A saber: el hombre lobo debe de andar años lamiéndose las llagas por alguna perrera sin que nadie se acuerde de él, de Frankenstein poco más sabemos después de la adaptación de Brannagh (si exceptuamos la deliciosa paráfrasis de Eduardo Manostijeras), y el resto de los que poblaron alguna vez los estudios de la Hammer (el doctor Jekyll, los espectros de Poe y algún otro desgraciado monstruo de rebajas) deben de andar engrosando los desechos del trastero de la imaginación colectiva, vulgo la basura. Sin embargo, ahí sigue el vampiro con una forma envidiable. Tiene a su favor los múltiples disparates con mercromina de Jess Frank (recién goya honorífico), el desbordante homenaje del Drácula de Coppola, el Rüdiger de Angela Sommer-Bodenburg (que conoció una versión televisiva australiana), el Lestat de Anne Rice dos veces inmortal gracias a un Tom Cruise con chorreras, Wesley Snipes y su catana, Treinta días de oscuridad y no sé cuántas franquicias más que me dejo en la chistera y que agradeceré a cualquier lector que añada al lote a su buen criterio. Cuando le pregunto a Viernes por esta profusión, esboza una sonrisa de suficiencia, esa del maestro en el momento en que el alumno reconoce que no sabe resolver el problema de geometría frente a la pizarra, y explica muy didácticamente:

—Mi querido Testigo ocular, ¿no te das cuenta? Enciende el televisor; visita las clínicas; asómate a la farmacia; consulta el gimnasio. ¿Qué ves? Jóvenes perpetuos. Falsos jóvenes a los que se ha conmutado la pena. Yogures caducados tratados químicamente. Es obligatorio ser joven, ya sea a costa del bisturí, de las pastillas blancas o azules, de la cinta y la bicicleta, de los tarros de crema. De momento, el vampiro es el único que ha conseguido ese objetivo por un precio irrisorio: su propia alma. El alma es un producto que no se valora mucho en los días que corren, y parece bastante ventajoso cambiarlo por la desaparición de las arrugas y los problemas de incontinencia urinaria. Y además, los vampiros sólo viven de noche y duermen durante las horas de sol: ¿no podrían vivir perfectamente en Ibiza?

Hasta aquí mi investigación sobre el estado actual de la cuestión, aunque reconozco que puede dar para mucho más. Quizá en sucesivas entregas, si Viernes se muestra de acuerdo.

4 comentarios:

fritanga dijo...

Querido amigo, esto lo que Pascal Bruckner llama el "juvenilismo", que tanto da como que toma.
Ya me gustaría a mí dar con la fórmula no de la eterna juventud, sino la del best-seller juvenil.

Daniel Ruiz García dijo...

Habría que contar con el vampiro ibérico autóctono, que desgraciadamente ha tenido poco eco literario: el sacamantecas. Mucho más completo que el vampiro clásico, porque también se alimenta de tocinos.

Abrazos,

Javier Mije dijo...

Juvenilismo: actitud vital que consiste en el mantenenimiento de un nivel saludable de glóbulos rojos en las arterias con el objeto de ser atractivo a las vampiresas.
Vampiresa: fantasía fálica, mujer insaciable. Vive en cajas negras que abandona en la noche.
Caja negra: memoria de un siniestro. Reunión de supervivientes en torno a la barra de un bar.
Besos

John dijo...

Recuerdo la vez que presente mi proyecto final de la universidad llamado Generic Viagra, en ese tiempo estaba en el cine la pelicula crepusculo, fue la pelicula mas romantica que he visto en toda mi vida a mi novia le encanto, gracias por compartir un blog sobre esta pelicula!