Regalos envenenados. Hace un par de semanas, el buen Alejandro Luque tuvo a bien regalarme un libro. No he estado en su casa, pero quienes me la describen hablan de un lugar lleno de volúmenes, desde cuyas paredes, como en aquella novelita de Bohumil Hrabal, los lomos y las carátulas amenazan con arrojarse sin previo aviso sobre el visitante incauto. Bueno, igual en lugar de la casa de Alejandro estoy describiendo la mía propia, que también parece una cosa mestiza entre manicomio y biblioteca, o entre biblioteca y cementerio de elefantes. El caso es que Alejandro me regaló un libro, no sé si porque lo admiraba mucho o porque lo odiaba, para librarse de él. Imagino que Alejandro, igual que yo, habrá llegado a la constatación de que todo nuevo libro puede aligerar el espíritu pero entorpece la materia: porque no hay donde colocarlos y uno convive con personas (y hasta niños) que necesitan del espacio preciso para esas tonterías como moverse, tumbarse, comer y hacer pipí. Por eso todo nuevo libro (que sigo adquiriendo a ritmo suicida, preguntádselo a la pobre Teresa) es un regalo envenenado. Aunque tenga un sabor tan delicioso y acaramelado como el que hace dos o tres domingos me tendió Alejandro.
Desde Cádiz con amor. Se trataba (se trata) de Falsificaciones y otros relatos, del argentino Marco Denevi. Para los profanos, una colección exquisita de miniaturas (microrrelatos, los llaman ahora) que revisa con mucha ironía y cariño los clásicos más rancios de nuestra historia literaria, de Ulises a Isolda pasando por Emma Bovary o Paolo y Francesca. Yo llevaba olfateando su rastro por las librerías desde que en los últimos noventa la editorial Calembé, que depende del Ayuntamiento de Cádiz, lo sacara a la calle casi en voz baja, como para no despertar sospechas. Es de imaginar que el Ayuntamiento de Cádiz no cuenta con una capacidad de distribución muy potente, y por eso el libro había rehuido mis pesquisas hasta que le hablé de él, como el que no quiere la cosa, a Alejandro. De esto debe de hacer una buena porción de años, pero él no lo olvidó. Es lo que tenemos los admiradores de Borges (lo hermoso y lo terrible), que acabamos por convertirnos en personajes suyos y no podemos olvidar. Ahora tengo delante de mí el lindo volumen, con una portada de Jack Vettriano en que un mayordomo con bombín sostiene un paraguas.
Rosaura a las diez. No recuerdo exactamente en qué momento ni tesitura Marco Denevi llegó a mi vida. Tal vez fue en una de esas tardes desérticas del verano sevillano en que yo buscaba la benevolencia de los aires acondicionados de las librerías, o entre la lluvia y los lomos descabalados de la Feria del Libro Antiguo. Por las fechas (siempre firmo mis libros después de adquirirlos y añado las cifras de mes y año), observo que lo primero que cayó en mis manos fue Rosaura a las diez. No es lo mejor de Denevi, pero sí de lo poco suyo que se conoce a esta orilla del castellano. Aun así, sigue siendo una novela de una potencia inusitada, original y valiente a la vez que distraída, adjetivos estos tres que resulta raro encontrar unidos en la misma frase. Por supuesto, igual que su otro único título accesible al lector español (y mi favorito), Ceremonias secretas, forma parte (o formaba) del inagotable filón de felicidad y lecturas que fue (y no sé si es) El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial. En Rosaura, Denevi ofrecía una historia en forma de poliedro o escultura manierista, algo al estilo de La Piedra Lunar o las sagas de Lobo Antunes, para ilustrarnos la incapacidad que tiene el ser humano de conocer a sus semejantes y el poder de redención de la literatura, que convierte en novela aun la existencia más trivial y miserable. Sin dejar de constituir un ejemplo interesante de maestría narrativa, que le granjearía el Premio Kraft en 1955, no llega sin embargo a la excelencia de sus relatos, el verdadero corazón de las tinieblas de la obra de Denevi. Como la gran mayoría de sus compatriotas mejor conocidos, da lo mejor de sí en las cantidades discretas, antes en taza que en vaso. Y con una contundencia difícil de igualar por parte de otros que se pretenden sus iguales o, peor aun, por encima.
En busca del cuento perfecto. Tanto Falsificaciones (cuya edición original, argentina, data de 1966) como Ceremonias secretas destellan por sus virtudes literarias, sea lo que sea lo que esta expresión hueca pretenda significar. Quiero decir, desde la primera página, desde el primer párrafo, uno entiende que se encuentra frente a un escritor en tres dimensiones y no un pipiolo con ínfulas. La crítica, los manuales, el eco académico han primado a una serie de autores de marca registrada cuyo fragor ha ensordecido la obra de muchos otros de no menor valía: la única explicación que cabe para el desconocimiento por parte del lector medio (y aun de parte del aficionado) de los libros de Denevi radica en las sombras que sobre él proyectan Borges, Cortázar, Bioy Casares, Mújica Laínez, Sábato. De otro modo no logro comprender cómo Ceremonias secretas, una recopilación de cuentos que no dudo en calificar de magistrales, no haya vuelto a ser reeditada desde que, según he mencionado, Alberto Manguel la reuniera para el Libro de Bolsillo de Alianza en 1996. Dicha recopilación resume la trayectoria literaria de Denevi y, cierto, en ella pueden encontrarse cosas mejores y peores. Pero la plasticidad de las imágenes, la fluencia del estilo, la ironía del relato que da título al repertorio o de Viaje a Puerto Aventura, los fogonazos de Carta a Gianfranco, los jugueteos existencialistas de La obra maestra de Anouilh perdida, y, sobre todo, tanto el fondo como la forma de Un perro en el grabado de Durero titulado “El Caballero, la Muerte y el Diablo”, uno de los más perfectos textos que se han escrito en nuestro idioma (así lo pienso y así lo digo), lo convierten en un título imprescindible en la biblioteca de cualquier persona adicta a la buena lectura. Aunque, como le sucede a la mía, esté masificada hasta llegar a la amenaza y me haga preguntarme no sin cierta angustia qué haré cuando mi retoño, el buen Luigi, comience a comprender que también los libros sirven para jugar al Tetris. En el salón, encima y debajo del sofá, y hasta en la bañera, sí.
5 comentarios:
Interesantísimo post que me descubre a un autor al que confieso que no conocía. Como auténtico aficionado al cuento, este me lo apunto con letras de molde, aunque las dificultades de encontrarlo que relatas me desaniman un poco. En cuanto eso de que los libros aligeran el alma pero cargan la matería (tú lo has sabido escribir), amén. Solo te diré la ecuación:
profesor aburrido en Huelva + librería + clásicos en inglés a 2€ = 15 adquisiciones nuevas esta tarde
Hola, Luis Manuel, hace tiempo hable en mi bitácora de Marco Denevi y sus Libros Cereminas Secretas, Falsificaciones y Rosaura a laas diez.Es un maestro del cuento, estoy contigo en eso de que Rosaura es de menor calidad. En Falsificaciones, lirbo que prefiero, aún recuerdo ese cuento de Nerón o el otro de dos poetas que son observados tras una cerradura...y que resultan, en fin. Me alegra que Denevi sea bien tratado. http://www.tropicodelamancha.blogspot.com/search?q=Denevi
Porreror y Tomás: me alegra enormemente que los tres (amén de otros que callan) apreciemos a un autor que no por hallarse ausente de las antologías de postín y los listados de autores obligatorios deba considerarse menor. Amigos, sigamos explorando las periferias.
Hay otro escritor de las mismas características, al que Bolaño dedicó un cuento magnífico en Putas asesinas, "Sensini", que se llama Antonio Di Benedetto.Por no hablar de Juan Filloy, el novelista genial de Argentina. Un saludo, Luis Manuel.
Recomiendo con mucho entusiasmo de mi querido Marco Denevi:
Manuel de Historia y Enciclopedia secreta de una familia argentina
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