El argentino, no el italiano. Todos la habían puesto por las nubes, pero desconfiaba del último producto de Campanella (el director de cine, no el filósofo) precisamente por los supuestos méritos de sus obras anteriores. El mismo amor, la misma lluvia (1999), Luna de Avellaneda (2004) y, sobre todo, El hijo de la novia (2001) despertaban entre las comadres y las personas de buenos sentimientos cascadas interminables de adulación: qué película tan bonita, qué bien están los actores, qué citas a Cortázar, qué reflejo más emotivo de ese pasado de sangre y cenizas que asoló
¿Y por qué? Hombre, la tendencia algo ñoña a los buenos sentimientos sigue ahí, sobre todo en la relación entre los dos personajes principales, pero ni Darín ni Villamil permiten que la cosa se les vaya de las manos, o de los diminutivos, y toda la crónica de amor imposible o postergado transcurre en un elegante tono elegíaco, casi de oda de Horacio. La combinación de dicho romance o anti-romance con la trama policíaca del primer plano resulta impecable; y conforme la película se desarrolla asistimos al que probablemente es su mayor acierto y uno de los logros más difíciles de obtener por cualquier contador de historias: soldar de modo coherente y sin que nada quede colgando la, llamémoslas así, parte cóncava y parte convexa de la historia, o vertical y horizontal, externa e interna o cuantos contrarios se os ocurran. Cosa que en conclusión se reduce a esto: que la intriga policíaca no parezca un mero adosado a las vivencias particulares de los protagonistas y que, al cabo, la resolución del enigma de una muerte sea también el hallazgo de la clave que permite al personaje central rehacer su vida o darle el rumbo adecuado. En ese sentido, El secreto de sus ojos contiene una reflexión (qué serio, qué bueno que digan esto de cualquier obra de ficción, que contiene reflexiones, como si en vez de un cuento fuera las meditaciones de Santa Teresa) sobre la violencia, la justicia, la venganza, el amor y el tiempo. Aunque bien es verdad que la película merece la pena sólo por presenciar el trabajo de sus secundarios, seguramente el verdadero punto fuerte de Campanella (aquí, el impagable Guillermo Francella, que hace de Pablo Sandoval).
Dream, dream, dream. Por lo demás, desearos a todos un felicísimo 2010 colmado de aspiraciones resueltas. O mejor, con posibilidades satisfactorias de resolverse: que sueño que se cumple es sueño que se acabó y siempre es mejor seguir soñando. Abrazos.
3 comentarios:
Querido Luis Mnauel,coincides con Juan Carlos Palma en los elogios a la película. saludos miles.
Por alusiones, os deseo también un año próspero en deseos satisfechos y en criaturas que den mucho que hablar (literarias, que me consta están en plena gestación). Con cuatro o cinco películas al año como ésta nos podríamos dar con un canto en los dientes.
Y los insertos de humor, esas geniales pinceladas de absurdo que salpican la trama... Eso si es habilidad. Yo creo que es una película que nos humilla artísticamente a todos los que nos esforzamos en contar historias lo mejor posible.
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