Dentro de mí anida un integrista mucho más salvaje que un barbudo iraní, y ese es el motivo de que a menudo me prohíba a mí mismo cosas, me impida asistir a lugares o abrir libros que de otro modo, si dispusiera de un talante mejor ventilado, quizá podrían llegar incluso a gustarme. No soporto a Bach tocado al piano; las películas dobladas me hacen inclinar el arco superciliar izquierdo, de modo que para ser correctas deben estar subtituladas; me niego a proseguir leyendo una novela que comience con una frase y un punto y aparte. Valga todo lo anterior para haceros comprender, ínclito público, por qué la película de Sherlock Holmes que protagonizaron no hace tanto Robert Downey Jr. y Jude Law (que por otro lado me caen ambos razonablemente bien) se me atragantó a los pocos minutos de metraje. Personas en las que confío me la pusieron por la estratosfera, alabaron su estética y los afortunados lances del guionista, que había sabido aliñar con acierto el respeto al personaje y la atmósfera steampunk. Mentira. En cuanto vi al supuesto Holmes dándose de mamporros en un corral al mejor (al peor) estilo de la progenie Matrix y adláteres (por no mencionar que su capacidad deductiva había quedado mermada al poder de adivinar qué hueso iba a romper este golpe de kárate y en qué órgano se iba a organizar un derrame con aquel otro), hui como alma que llevan las furias. Por eso he de reconocer que mis expectativas eran pésimas al encarar la nueva serie de la BBC cuya segunda temporada acaba de estrenarse en España (TNT) a la vez que la primera (Antena 3) sobre el mismo asunto. Y, amigos, he de reconocer otra cosa: que me equivocaba. De todos los acontecimientos formidables que nos depara el destino, el mejor es, sin duda, la posibilidad de la decepción.
Lo de mi holmesfilia es asunto de tan largo calado y profundas consecuencias que mejor dejarlo para otro post, u otro día. He recorrido sin fatiga todas las versiones fílmicas que la industria ha producido en torno a este icono esencial de la literatura, y mientras unos me han catapultado al entusiasmo (las de Basil Rathbone, o la versión de Jeremy Brett para Granada de los años ochenta), otros casi me produjeron los efectos de un emético (Sherlock Holmes en el siglo XXI, todavía lo podéis ver en canal Panda y Clan). La última producción, ésta de la BBC , con el título Sherlock y protagonistas encarnados en las figuras de Benedict Cumberbatch y Martin Freeman, cuyo primer episodio visioné anoche mismo, no sólo es una variante enteramente fiel al espíritu del original, sino que sabe introducir sin chirriar todos los elementos necesarios para hacer de la trama algo actual y próximo. Que está muy bien, vamos, incluso para un integrista como yo.
En primer lugar, es todo un detalle lo de los homenajes: muchos de los episodios se titulan siguiendo el rastro de los membretes originales (A study in pink, A scandal in Belgravia); sigue la ironía: aquí Holmes se pone parches de nicotina “porque Londres se ha convertido en una ciudad en que no se puede fumar”, lo del piso compartido de Holmes y Watson da pie a leer entre líneas confusiones jocosas (ya exploradas por Billy Wilder), Mycroft pasa a convertirse en un chupatintas al servicio del gobierno y Lestrade es un patán mucho más indecoroso que en las novelas. A todo ello hay que sumar que los guiones son verdaderamente interesantes de por sí, más allá de su fidelidad al modelo: el argumento me parece bien medido, las dosis de tensión están dosificadas y la resolución es satisfactoria (ayuda, sin duda, que cada episodio sea de hora y media, lo que los convierte más en mediometrajes que en capítulos de serie y ofrece la oportunidad de explorar situaciones y personajes). Otros aciertos: la ambientación, ese Londres entre pop, apocalíptico y futurista que tanto le debe al Doctor Who (ambas series comparten guionistas: Steven Moffat y Mark Gatiss); el cásting, porque Cumberbatch como Holmes está que no se le puede toser (doblado no, por favor), y bravo por Mark Gatiss en el papel de Mycroft; incluso la informatización de las escenas de acción o las exhibiciones digitales a la hora de representar heridas (funesta herencia de CSI), que tanto grima dan cuando se usan malamente, están ahora empleadas en sus justas dosis.
En primer lugar, es todo un detalle lo de los homenajes: muchos de los episodios se titulan siguiendo el rastro de los membretes originales (A study in pink, A scandal in Belgravia); sigue la ironía: aquí Holmes se pone parches de nicotina “porque Londres se ha convertido en una ciudad en que no se puede fumar”, lo del piso compartido de Holmes y Watson da pie a leer entre líneas confusiones jocosas (ya exploradas por Billy Wilder), Mycroft pasa a convertirse en un chupatintas al servicio del gobierno y Lestrade es un patán mucho más indecoroso que en las novelas. A todo ello hay que sumar que los guiones son verdaderamente interesantes de por sí, más allá de su fidelidad al modelo: el argumento me parece bien medido, las dosis de tensión están dosificadas y la resolución es satisfactoria (ayuda, sin duda, que cada episodio sea de hora y media, lo que los convierte más en mediometrajes que en capítulos de serie y ofrece la oportunidad de explorar situaciones y personajes). Otros aciertos: la ambientación, ese Londres entre pop, apocalíptico y futurista que tanto le debe al Doctor Who (ambas series comparten guionistas: Steven Moffat y Mark Gatiss); el cásting, porque Cumberbatch como Holmes está que no se le puede toser (doblado no, por favor), y bravo por Mark Gatiss en el papel de Mycroft; incluso la informatización de las escenas de acción o las exhibiciones digitales a la hora de representar heridas (funesta herencia de CSI), que tanto grima dan cuando se usan malamente, están ahora empleadas en sus justas dosis.
En fin, para que esto no parezca una lamida de botas acrítica (que sí que lo es, y se me había ocurrido ese otro símil más grosero que todos tenéis en mente), señalo los detalles que no me gustaron: lo del blog de Watson me parece buscar lo moderno porque sí, cuando ahí están la socorrida grabadora o el diario de toda la vida, con su sabor literario; el pasado de Watson en plan Vietnam siglo XXI, con sus pesadillas y demás, da al personaje un matiz excesivamente castrense que quizá no posee en la versión de Doyle, o que, en fin, a mí no me gusta; lo de los SMS me pone un poquito nervioso, aunque admito que es ocurrente eso de sobreimprimirlos a la pantalla; y el papel de la señora Hudson me resulta confuso: supongo que a los guionistas no se les ocurrirá liarla con Watson en episodios futuros, si bien esto de la gerontofilia quedaría de lo más epatante y posmoderno.
En fin, amiguitos: que si podéis, ved la serie que está muy bonita (Nota bene: prometo darle una segunda oportunidad a Downey-Law, ahora que repiten en las carteleras, pero no aseguro nada).
4 comentarios:
El segundo asalto de Downey-Law me ha parecido infinitamente mejor que el primero... Sí, dale otra oportunidad!
Vi el primero en Antena 3 la otra noche y no me pareció gran cosa. Lo que sí me han advertido es del nada disimulado machismo que destila la serie. Yo no lo advertí, salvo una grosera broma sobre las rodillas de una mujer bastante fuera de lugar. ¿Estoy en lo cierto?
No me he atrevido con las películas de Downey-Law, pero en cambio me he rendido totalmente ante el Sherlock "modernizado" de la BBC. Me encanta su humor y su espíritu genuinamente holmesiano. Lo encuentro un verdadero hallazgo. Y, respondiendo a elzo, diré que sin duda rezuma machismo: Holmes es así. ¿Ahora resulta que ha de ser políticamente correcto? Me parecería un disparate.
Fran: Iremos al cine, pues, si las responsabilidades familiares me lo permiten.
Elzo: Yo debo de ser muy miope, pero jamás he encontrado nada machista en esta serie, salvo el hecho de que ambos protagonistas sean masculinos. De haberse tratado de personajes creados en nuestros días, probablemente se hubiera elegido la parejita, estilo Mulder & Scully, pero los de Conan Doyle eran tiempos felizmente ignorantes de la corrección política. En cuanto a la ocurrencia de las rodillas, a mí me pareció bastante oportuna, la verdad, si tenemos en cuenta aparte de bien traída.
Elena: Coincido contigo al ciento por ciento sobre el humor de corte británico: es tan refrescante y digestivo como un buen gin tonic.
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