jueves, 9 de julio de 2009

Hipatitis, 2: el espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita



Mi primera vez. La memoria está repleta de meandros y recovecos, pero es posible que la primera noticia sobre el fatal destino de Hipatia la aprendiera yo en las caudalosas páginas de Decline and fall of the Roman Empire, de Edward Gibbon. En el capítulo cuarenta y siente de dicho monumento se encuentra el texto que copio a continuación. He conservado en mi traducción la puntuación y los períodos algo farragosos del original, con el fin de acentuar la sensación de arcaísmo y elegancia (para mis modestas entendederas, Gibbon ha escrito el inglés más exquisito que se puede leer):


“[Cirilo de Alejandría] pronto promovió, o aceptó, el sacrificio de una virgen, que profesaba la religión de los griegos y cultivaba la amistad de Orestes. Hipatia, la hija de Teón el matemático, fue iniciada en los estudios de su padre; sus instruidos comentarios habían desentrañado la geometría de Apolonio y Diofanto, y ella enseñó públicamente, tanto en Atenas como en Alejandría, la filosofía de Platón y de Aristóteles. En el esplendor de su belleza y en la madurez de su juicio, la discreta doncella rechazó a amantes e instruyó a discípulos; las personas más ilustres en rango o mérito estaban ansiosas por visitar a la mujer filósofo; y Cirilo contemplaba, con ojos celosos, el fastuoso carrusel de caballos y esclavos que copaba la entrada de su academia. El rumor de que la hija de Teón era el único obstáculo para la reconciliación entre el prefecto y el arzobispo se extendió entre los cristianos; y ese obstáculo fue rápidamente despejado. En un día aciago, en la sagrada época de Cuaresma, Hipatia fue sacada de su carro, despojada de sus vestiduras, arrastrada hasta la iglesia e inhumanamente despedazada por Pedro el lector y un tropel de fanáticos salvajes y sin piedad: la carne fue arrancada de sus huesos con conchas de ostra afiladas, y sus miembros desnudos fueron entregados a las llamas. El justo proceso de la investigación y el castigo fueron detenidos por altos poderes; pero el asesinato de Hipatia marcó con un estigma indeleble el carácter y la religión de Cirilo de Alejandría”.


El origen último. La versión de Gibbon, redactada promediando el siglo XVIII, contiene todos los tópicos de la imagen clásica de Hipatia, al menos la que nos ha legado la Modernidad y ha contribuido a colorear montones de obras de teatro y pinturas de tocador: una joven en el colmo de la belleza y la prudencia; una sabia que imparte gratuitamente su conocimiento a todo aquel que tenga a bien recibirlo; una turba de fanáticos cristianos que la mira de reojo; un capitoste, Cirilo, que muerto de envidia o sádico deseo ordena que la despedacen. El mito tiene su origen en la exacta fecha de 1720, que es de cuando data el opúsculo del filósofo libertino John Toland titulado Hipatia, o la historia de una dama de gran belleza, virtud y sabiduría, competente en todo, que fue descuartizada por el clero de Alejandría para satisfacer el orgullo, la envidia y la crueldad del arzobispo, a quien se conoce, de manera universal, aunque inmerecida, como San Cirilo. Recordemos que Toland profesaba una variante polémica y estrepitosa de la filosofía cercana al panteísmo y que le interesaba menos ofrecer razones que levantar revuelo: su panfleto presenta a la Iglesia como un conventículo de fanáticos enemigos de la razón, siempre dispuestos a acallar a quien intente llevarles la contraria en nombre del sentido común: en 1720, sus víctimas son los prisioneros de la Inquisición; en el siglo V, fue Hipatia.


Siempre Voltaire. Naturalmente, el retrato maniqueo de Toland gozaría de un veloz éxito entre las mentes ilustradas, y más aún entre las que se sentían inclinadas a la provocación y la pulla. Es decir, que más temprano que tarde Hipatia tendría que convertirse, por fuerza, en heroína de Voltaire. El látigo de Fernay la usa como material incendiario en dos puntos de su obra: uno, en cierto Examen importante de Milord Bolingbroke o la tumba del fanatismo, de 1736, y otro, en la entrada correspondiente de su famoso Diccionario filosófico, edición de 1764. Igual que Toland, Voltaire alude de pasada a las fuentes de las que supuestamente mana la leyenda (Damascio y la Suda, enciclopedia eclesiástica del siglo X, de los cuales nos ocuparemos en fascículos venideros), presenta a Hipatia impartiendo conferencias sobre Platón y Homero (?) y, a la hora de describir cómo la turba cristiana le arranca las ropas antes de destriparla, incluye una agudeza de gusto dudoso (ah, siempre Voltaire): “Cuando se desnuda a mujeres hermosas, no es para perpetrar matanzas”. Tal vez cierto contemporáneo suyo, marqués de Sade, no hubiera estado del todo de acuerdo.


El espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita. El cuadro que figura sobre estas líneas pertenece a la paleta de Charles William Mitchell y fue producido en 1885. Da cuenta del nuevo prisma con que la figura de la filósofa sería contemplada con el cambio de siglo, a la luz del decadentismo y la poesía parnasiana. La pintura constituye una especie de resumen de la Hipatia recién estrenada, donde aún se aprecian algunos rasgos de la severa matemática dieciochesca pero ya comienzan a sobresalir curvaturas más puramente carnales y románticas: la desnudez, la piel lechosa en contraste con la melena de un rojo prerrafaelita, el ambiente del templo en que la muerte la ha arrinconado y que recuerda a un decorado de Gran Teatro de La Ópera. El responsable de este cambio de look fue Charles Laconte de Lisle, que dedicó a nuestro protagonista dos versiones de un mismo poema lleno de mistificaciones y gratuidades, como buen romántico. Para Laconte de Lisle, Hipatia es algo más que Hipatia: se trata de un símbolo, de una idea platónica, de un compendio sobre mármol de la belleza inmortal y la sabiduría pagana. Cito los versos originales para que no se pierda nada de l’esprit d’époque (atención a la rima del segundo y cuarto verso: para que luego digan que las exclamaciones son pura bagatela):


Le vil Galiléen t’a frappée et maudite,

Mais tu tombas plus grande! Et maintenant, hélas!

Le souffle de Platon et le corps d’Aphrodite

Sont partis à jamais pour les Meaux cieux d’Hellas!


[El vil Galileo te ha golpeado y maldecido,/ ¡pero al caer te hiciste más grande! Y ahora, ¡ay!/ ¡El espíritu de Platón y el cuerpo de Afodita/ han ascendido para siempre a los bellos cielos de la Hélade!].


El mismo autor redundaría en sus alabanzas a la bella mártir en el drama en verso Hipatia y Cirilo (1857), donde la filósofa trata de convencer al patriarca de una especie de panteísmo baudelaireano que inevitablemente cae en oídos sordos. Apenas veinte o treinta años más tarde, Maurice Barrès la disfraza bajo el nombre de Atenea en el relato “La virgen asesinada”, publicada en su recopilación Sous l’oeil des barbares. Este último texto resulta de interés porque es la primera vez, creo, en que la muerte de Hipatia aparece asociada a la destrucción de la famosa Biblioteca de Alejandría, aunque se trate de su sede menor del Serapeo. Pecado el de este matrimonio, entre muerte y llamas, del que yo también me confieso culpable en mi novela, como se verá en su momento si guardáis la paciencia necesaria.


Nuevos enemigos con un viejo rostro. Pero la obra estándar sobre Hipatia, la que ha nutrido su fama hasta el día de hoy, de la que se han servido à piacere multitud de escoliastas, novelistas de medio pelo y factores de enciclopedias (y, sospecho, también la que riega las aguas subterráneas de la película de Amenábar) es la de Charles Kingsley, clérigo, novelista e historiador inglés, quien en 1853, al socaire de peplums como los de Bulwer-Lytton, da a la imprenta Hypatia or the New Foes with an Old Face. En este título sí quiero detenerme porque, repito, creo que es la fuente de la que bebe la mayoría de los clichés sobre Hipatia que se han difundido desde entonces. Los protagonistas son cuatro: Hipatia, que a la sazón cuenta con veinticinco angelicales añitos e imparte cursos en el Museo sobre filosofía platónica; Cirilo, el perro de Dios; Orestes, prefecto borracho y ambicioso; Filamón, monje bisoño. A ver: Cirilo está muy furioso porque Hipatia se lleva de calle a los jóvenes de Alejandría y desvía hacia el paganismo a todo púber en estado de escuchar la palabra de Dios; envía al monje Filamón, que a pesar de su juventud ha estado curtiendo su espíritu en la soledad del desierto, a que oiga sus sandeces y la desenmascare en público; Filamón acude al Museo, oye a la mujer, y no sólo no la rebate, sino que se pasa a su bando y se enamora de ella. Entretanto, Hipatia mantiene vínculos (castos) con el prefecto Orestes, que además planea un golpe de estado secreto con el usurpador Heracliano; pero Heracliano es derrotado ante las puertas de Roma, Orestes cae en desgracia y arrastra con él a Hipatia, que por fin da pretexto a Cirilo para ejercer su venganza. Fin: la consabida carnicería, con el vergonzante trámite previo de ¡la conversión de Hipatia al cristianismo!


La perra de Alejandría. Podrían aducirse, sin duda, otros ejemplos de la tradición literaria centrados en el asunto que nos ocupa, pero baste lo reseñado hasta aquí para dar cuenta de sus principales trazas: Hipatia es joven y virtuosa, incluso virgen; Hipatia es sabia, domina las matemáticas y la filosofía platónica; Hipatia es pagana y fue asesinada por su oposición a la cruz y la corona de espinas; la muerte de Hipatia, como el incendio de la Biblioteca alejandrina, marca el fin de toda una época, la Antigüedad, en que el hombre hablaba de igual con la naturaleza y no estaba supeditado a la arbitrariedad de un Dios omnipotente. En nuestra siguiente entrega veremos cuánto existe de cierto en dichos tópicos y cuál es el origen último del que proceden. Antes, no quiero dejar de reseñar uno de los ejemplos de literatura hipatiana que considero más meritorios y que, por añadidura, proviene de un autor autóctono: hablo de La perra de Alejandría, novela construida por la maestra Pilar Pedraza y publicada en Valdemar en 2003. Como no podía ser menos, Pedraza ofrece su personalísima visión del tema y convierte lo que en otro podría haber sido una plúmbea crónica histórica en película de zombis: mezclando el género de terror, el policíaco y la visión onírica, nos presenta a una Hipatia que profesa la filosofía cínica y que recorre la congestionada ciudad de Alejandría en compañía de una caterva de personajes difíciles de olvidar, sacerdotes dionisíacos, iniciados en el orfismo, mercenarios godos. A mi pobre criterio, se trata del acercamiento más original, el más interesante y también el más desaforado, de cuantos se han dado sobre la filósofa descuartizada. Valdemar haría bien en aprovechar la corriente para reeditarlo en El Club Diógenes, ese inagotable pozo de felicidades lectoras. Quede ahí la sugerencia.

1 comentario:

danicurri dijo...

muy interesante la info sobre Hipatia y las referencias literarias
la verdad es que yo antes de la peli de Amenábar no la había escuchado nunca, pero desde entonces devoro todo lo que cae en mi mano sobre ella ya que me parece un personaje muy significativo en la Historia
saludos