miércoles, 31 de marzo de 2010

Pero tú, ¿por qué escribes?



La otra tarde, leyendo una entrada del blog de Patricio Pron sobre escritores de primera división, segunda, tercera y regionales, di en pensar varias cosas. Pron dejaba en el aire la cuestión de cómo es posible que haya tanto pobre escritor por ahí, llevando una existencia miserable en conventículos de provincia, autoeditándose o colaborando con fugaces revistas o editoriales que mueren al parir, como las mujeres antiguas; por qué siguen escribiendo estos individuos, a los que la suerte elude como a apestados o teleoperadores a la hora de la siesta, por qué abren portales de internet y blog llenos de poemas o microrrelatos mal alumbrados, por qué se dedican a insultar y malmeter, bajo el membrete del anonimato, en los blogs de otros escritores que, según su bisoño criterio, sí han conocido el triunfo. En suma, la gran pregunta es: ¿por qué escribir? ¿Para qué escribe uno, qué espera de la escritura? ¿Qué sentido tiene, si es que tiene, el acto doloso de escribir? Esto me llevó a concluir que si soy escritor (adoptemos la primera persona del impersonal) puedo haber llegado hasta aquí por varios motivos. [Aclaración previa: considero escritor a todo el que escribe, publique o no; en realidad, hay mucha gente que escribe sin publicar, como mucha que publica sin escribir; lo que me estoy cuestionando aquí no es por qué la gente edita libros, sino por qué los hace, independientemente de que luego vean la luz pública o no.] Yo soy escritor...


1. Por éxito. No sé si recordaréis cierto anuncio de coches que emitían por la tele hará unos años. La protagonista era una chica monísima a la que acababan de echar del trabajo (lo contaba todo ella en off), que había cortado con su novio y a la que amenazaba una bancarrota. Todo parecía irle de pena, así que uno no entendía por qué estaba tan contenta (porque la voz y el tono que empleaba al referir todas estas calamidades no era de compunción ni muchísimo menos). Hasta los planos finales: entonces llega la tipa a su casa, deja sobre la mesilla las llaves con el llavero de la marca de coches en cuestión, que no recuerdo, y nos dice como la que no quiere la cosa: “Por cierto, mi primera novela está siendo todo un éxito”. Uno puede escribir en busca del éxito, sí. En busca de ese mismo tipo de éxito que aparece en los anuncios de coches y las revistas de tendencias: porque escribir (la idea de escribir) viste, es un complemento reluciente y se parece a veranear en Saint-Tropez. Hay muchos abogados montados en el dólar, presentadoras de postín y políticos hartos de marisco que, llegados a cierto punto, se dicen: ¿por qué no escribir un libro? (o mandarlo escribir, claro.) El libro es como el detallito final que falta en la casa de la Barbie. Y se ponen a escribir, sí. Y se lo pasan pipa, seguro (luego alguien lo corregirá, por supuesto), y darán charlas en los cócteles, frente a mujeres operadas que los mirarán bizqueando, sobre lo difícil que es escribir un libro y la paciencia que hace falta. En este sentido, uno escribe como se compra un Audi o alquila un yate: muy bien, cariño, ¿por qué no después de volver del gimnasio?


2. Por el nombre. Porque ser escritor, decir que uno es escritor, que a uno lo presenten como tal en una cena o imprimirlo en una tarjeta, joder, eso mola. Hay un aura en torno al escritor, algo mágico, algo que lo aparta del común de los mortales. No pertenezco (supuestamente) a ese mundo polvoriento de la secretaria y el funcionario, no gasto mi vida (supuestamente) pagando hipoteca y llevando a mis hijos al parque temático. Yo soy lo que tú, pobre diablo, siempre quisiste ser: me dejo el pelo largo y bebo whisky sin hielo. Este podría ser, digamos, el modelo social de escritor. Este escritor a veces ni siquiera escribe, o no hace falta que se moleste: basta con que garrapatee un par de párrafos cada dos semanas, porque suele estar bloqueado. Aparte, la vida le llama. Frase fetiche: “prefiero la vida a la literatura” (como si alguien le obligara a elegir entre dos canapés). A menudo, se trata de una mera pose para ligar o hacer amigos, para ser admitido en el grupo. Y está bien, me gustan estos escritores: permiten que la profesión conserve algo de su viejo romanticismo. Los más inteligentes de ellos, por supuesto, no se toman en serio.

3. Porque soy artista. Porque los serios son estos. Los peores, sin género de duda, los peligrosos: aquellos que señalaba Pron, los que escriben para la posteridad y se amargan porque nadie los lee, los que se compran todos los suplementos literarios sin que falte uno y rastrean quién y por qué aparece en la página par y quién y por el contrario figura en la impar, los que consideran que el acto de escribir es profundo, sagrado, arcano, místico, los que se creen miembros de una cofradía de elegidos dotados de una especial sensibilidad o de un especial entendimiento, los que juzgan y sientan cátedra, los que dicen no escribir para nadie y envidian las cifras de ventas de esos a-los-que-no-merece-la-pena-leer. Si uno de estos, encima, obtiene el éxito (premio o celebridad crítica, que a veces pasa) entonces es el acabóse: existe la justicia poética (ver mi definición de dicho concepto en el post previo).


4. Porque sí. En fin, ¿y por qué no? Escribo como tú coleccionas sellos o montas maquetas, para distraerme, y relajarme, para pasar el rato. Escribo como terapia: me despeja, me ayuda a sobrellevar el tedio y la angustia que a veces te caen a plomo como una sábana mal sujeta al tendedero. En realidad habría preferido dedicarme a la música, que es lo que amo sobre todas las cosas, o al cómic o a la reparación de relojes, pero de joven descubrí que esto de escribir se me daba más o menos bien, y seguí con ello. Ahora, de repente, me veo con no sé cuántos libros publicados y descubro que me gusta, que me resulta imprescindible escribir. Sé de sobra que la posteridad no va acordarse de mí, ni pretendo que lo haga; admiro a dos o tres personas que escriben, porque creo que su relojería funciona con perfección casi suiza, y los imito en cuanto tengo ocasión. ¿Qué es el éxito? Tener dos cosas: el tiempo y la indiferencia.

1 comentario:

Javier Calvo dijo...

Me encanta tu obsesión por la tipología. Creo que la comparto, por lo menos a nivel de tentación reprimida.