Concebido por el guionista Roberto dal Prà y por el dibujante Rodolfo Torti en fecha tan temprana como 1983, Jan Karta, un detective culto, desengañado y de sangre aristocrática, vio su primera luz en la revista Orient-Express, de donde pasaría en breve a protagonizar su propia colección de álbumes epónimos. Nos encontramos, sin ningún género de duda, ante una de las obras cimeras del cómic italiano, lo cual ya es mucho decir. El grafismo pulp, en blanco y negro, entronca con la venerable tradición itálica de los fascículos de quiosco, con cabeceras mucho más numerosas y difundidas que en España, y copia sin complejos la gran mayoría de recursos o encuadres del cine negro americano. Esta filiación es reconocida constantemente a lo largo de la obra: ambientación, personajes y tramas confiesan una vez y otra su deuda con el amplio panteón de mitos policíacos del cine y la literatura yanquis. (Y no sólo yanquis. Por la misma época otro italiano, Vittorio Giardino, lograba una nueva obra maestra al adaptar el código negro a su personalísima visión de los ochenta con Las investigaciones de Sam Pezzo.)
Para aquellos que aún no la conocen (y buena falta les haría remediarlo), presentaremos la serie de Jan Karta como un policial ambientado en los convulsos años de la época de entreguerras europea. Y digo europea y no alemana porque el protagonista, lejos de ceñirse al ámbito geográfico de su país natal (es berlinés), campa también por Italia y Francia desfaciendo entuertos de índole fascista. Este, su compromiso político, es otro de los rasgos distintivos de las tramas. Roberto del Prà, autor de guiones de una potencia y un poder sugestivo fuera de discusión (por no mencionar, repito, la excelencia de los encuadres), no ha fabricado una criatura inocente: caballero de la triste figura, paladín del lado equivocado del tablero, Karta ha tomado sobre sí la ingente tarea de desafiar al ultraderechismo allá donde su faz se presente: el nazismo de Weimar, el fascio italiano, la Cagoule francesa. Ello le conducirá, obviamente, a relacionarse con una legión de parias, derrotados e idealistas que pronto verán desangrarse sus utopías entre cachiporrazos y balas.
De los numerosísimos méritos de la serie habría que citar los caracteres (mucho más profundos y laboriosos de lo que el prejuicio consideraría afín a un cómic), empezando por Jan Karta, ese Spade-Marlowe de raya en medio que cita a Shakespeare y procede de una familia de nobles juristas prusianos; o, por ceñirnos sólo al último volumen (Roma; el primero se llama Weimar, y el tercero, de aparición anunciada, llevará el título de Berlín), la prostituta enamorada Marta Vicini o Paul Remond, el terrorista sentimental. Ya he dicho que los guiones, tanto en su aspecto argumental como a nivel, digamos, gráfico, son un puro ejemplo de género negro, así que no me repito. Y reincidiendo en el aspecto gráfico, Rodolfo Torti sabe lograr una obra contundente, masiva, alejada del preciosismo muchas veces narcisista que nos huele a chamusquina en otros cómics italianos (Giardino otra vez): el suyo es el trazo salvaje y rápido de los fumetti de gran consumo Dylan dog, Tex o Martin Mystère (personaje éste último en cuya ilustración se ha curtido Torti durante los últimos veinte años).
En suma: siempre me costó imaginarme el Berlín de las esvásticas sin la figura pizpireta de Sally Bowles; a ella tendré que sumar ahora el aura de nobleza fatalista de Jan Karta.
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