jueves, 28 de mayo de 2009

Lou despega



El saxo alto. Comencemos, noblesse oblige, con una cita. Dijo Nietzsche (ese gran proveedor de los dietarios): “Decir Venecia significa decir música”. Y yo le parafraseo y digo: decir saxo alto es decir Charlie Parker. Muy cierto, por lo demás, pero no sólo eso. Porque nos dejaríamos en el tintero a una remesa de nombres enormes que han alegrado durante décadas, antes y luego, los oídos de los aficionados al jazz. Es decir: Johnny Hodges (¡esos blues y stomps con Duke Ellington!), Sonny Criss (¡esas versiones de color vainilla de los clásicos de Cole Porter!), Red Garland, o, cómo no, el inefable Lou Donaldson, que es de quien quería hablar aquí. Y todo porque el otro día, en la sección de discos de baratura de El Corte Inglés, adquirí una cosa despampanante con un cohete en la portada: Lou takes off. A menudo, Lou me sugiere tonadas para silbar o música de fondo con que distraer mi aburrimiento entre dientes; ahora, a todo lo superlativo que conocía de él (y es algo, como pronto veréis) debo sumar este título editado en 1957 por ese mecenas de la música con mayúsculas que fue Rudy van Gelder.


Yo pude verle. Cierto personaje de una de mis novelas mencionó en una ocasión que el peor pecado, peor que el pensamiento, la palabra y la obra, es la omisión. Jamás lamentarás tanto un acto, un adjetivo, una caricia como aquellos que perdiste, como aquellos que no llegaste a cometer. Todavía me desvela en los insomnios pensar que Lou Donaldson, con sus ochenta y tantos años a cuestas, anduvo por Sevilla, enrolado en el semifestival de jazz que patrocinaba la (entonces) Caja San Fernando, en compañía de Lonnie Smith, Melvin Sparks y algunos otros con los que grabaría burradas del estilo de Everything I play is funky o Mr. Shing-a-Ling. Pero por entonces yo andaba extraviado en otra clase de laberintos, no sé si éticos, etílicos, sentimentales o metafísicos en general, y dejé pasar a quien sin duda, y no me tiembla la lengua al decirlo, es uno de los músicos más poderosos del siglo que se fue. Ya sabemos que Parker tiene a su favor el revuelo mediático y la leyenda, agudizada por la película de Clint Eastwood; a cambio, Donaldson sólo puede ofrecer su talento. Porque toda su obra obedece a un programa expreso, puesto en evidencia por él mismo en multitud de entrevistas y contraportadas de elepés: hacer disfrutar al respetable con música de la mayor calidad posible.


Pero ¿quién es este? Donaldson comenzó su carrera documentada en los primeros cincuenta, cuando el estruendo de la ausencia de un Bird recién muerto aún temblaba en el aire y el espacio vacío de las salas de concierto. La influencia de Parker es innegable tanto en Donaldson como en cualquiera de los músicos de jazz contemporáneos, pero nuestro alto sax se propuso algo más que remedar las maneras del maestro: combinarlo y mecharlo y trufarlo con un montón de saxofonistas previos, los que iban desde Hodges hasta Benny Carter, Jimmy Dorsey o Louis Jordan. El resultado: una suerte de mainstream bien curado que en sus primeros tiempos bebe la resaca del bebop (a oír: sesiones con Donald Byrd en el Café Bohemia, sesiones con Clifford Brown, Richie Powell y Max Roach, sesiones con Horace Silver y Art Blakey y los Messengers), prosigue en los primeros sesenta formando la punta de lanza de eso que a falta de mejor nomenclatura llamaremos funky jazz (mi época favorita: la colección de grabaciones en que Donaldson se codea con Grant Green, Jimmy Smith y Big John Patton) y acaba, en los setenta, convirtiéndose en el abanderado del hard funky o funky de veras, esa combinación psicodélico-sicalíptica que podéis oír en los baretos de moda (Sevilla: Elefunk y Jackson) entre una orgía de órganos hammonds y guitarras calientes. Como sospecho que me dirijo a muchos desconocedores de su vida y milagros, espigo aquí algunos de los títulos imprescindibles de su discografía: Blues walk (1958), de lo más temprano con su nombre as leader; Gravy train (1961), con un tema imprescindible que da título al disco; Good gracious (1963) y The natural soul (1964), hitos del trío junto a Green y Patton; más la larga retahíla de versiones funky: los mencionados Everything I play is funky (1970) y Mr. Shing-a-Ling (1967), más Midnight creeper (1968), Lush Life o Alligator Bogaloo (ambos también de 1967). Me dejo, por supuesto, todos los títulos en los que colaboró as sideman, pero, coño, esto pretende ser un breve comentario sobre un disco puntual (el dichoso Lou takes off) y mira todo lo que llevamos escrito. No hay remedio: la mala erudición no tiene solución, como dijo el gran filosofo Duns Escroto, por ejemplo.


Lou despega. Corren los últimos años cincuenta. Mil novecientos cincuenta y siete, para ser exactos. Los yanquis andan acomplejados a la vez que muertos de estupor después de los últimos logros soviéticos en materia de viajes espaciales: los ivanes no sólo han logrado poner en órbita el primer satélite artificial, una especie de balón con antenas que gira sin parar en torno a los polos, sino que incluso han enviado una perra y hasta a un hombre a contemplar los continentes y la guerra fría desde todo lo alto, al otro lado del tapiz de nubes que circunda nuestros océanos. Cunden por doquier los símiles astronáuticos, los cohetes, las estrellas, las invasiones marcianas. Por tanto, no resulta extraño que el título que Lou elige para su disco sea Lou takes off (“Lou despega”), que en la carátula aparezca un cohete en pleno acto de ignición, que el primer y explosivo corte reciba el nombre de Sputnik. La selección consta de cuatro sucintos temas, que fluctúan entre los siete y los catorce minutos. El plantel, de sueño: a Lou, que entonces goza de treinta y dos angelicales añitos, se le suman un Donald Byrd de veintiséis y un Curtis Fuller con ofensivos veinticuatro. Además, aguantad la respiración, de Sonny Clark sin mono y Art Taylor. Podría hablar sin parar de este disco estupefaciente que me acompaña desde hace una semana en el reproductor de mi coche y aprovechar para emplear muchos símiles sinestésicos que en el fondo no aclararían nada: todo a lo que me atrevo es a recomendaros vivamente que os hagáis con él. A Sputnik o Strollin’ in, temas del propio Donaldson, se suman sus reconocidas versiones de Parker, en las que era un maestro. Para mí, la cumbre está en su interpretación de ese himno bebop que Dizzy Gillespie construyera sobre los cuatro tonos de una vieja melodía popular, Groovin’ high. El resto, cuando el último corte llega a su fin, es silencio: y la felicidad inenarrable de saber que con sólo apretar un botón la misma orgía de placer sonoro puede volver a comenzar. El mundo cabe en un botón, dijo también Duns Escroto: con sólo tocar un botón una mujer alcanza el orgasmo y se desencadena una guerra nuclear.


Habla el maestro: jazz de verdad. “El jazz debería ser simple y cada cual debería extraer de él lo que pudiera, como hizo Bird. Él simplemente se dedicó a extraer cosas, sacar cosas simples de cosas simples. Por supuesto, para eso se necesita talento y un montón de tíos carecen de él, así que tienen que dedicarse a experimentar con cosas más elaboradas. Pero eso no puede ser jazz de verdad. El jazz es algo elemental y básico, y así es como debe mantenerse. Lo que quiero conseguir es un estilo personal, identificable, basado en Bird pero que asuma todas las características y capacidades del saxo alto, ritmo, tono, melodía… el ritmo es lo más importante, creo: Bird tenía mucho ritmo a la hora de tocar. Pero también está la hermosura del tono, como Johnny Hodges, que puede tocar esas melodías tan lindas. Quiero asumir todo eso, pero no ir demasiado lejos; y sobre todo, ser yo mismo, que es realmente lo más importante de todo: no importa que los demás te tachen de triste” (citado por Robert Levin en las liner notes de Lou takes off, Blue Note 15371).

1 comentario:

Fran G. Matute dijo...

Qué buenos recuerdos! Yo estuve en aquélla inolvidable actuación en Sevilla de Lou Donaldson y que es uno de los mejores conciertos que he visto en mi vida, no por la música en sí (la verdad es que se dedicaron a hacer una especie de pachanga de temas clásicos de funky) sino por la arrolladora personalidad de esos músicos.

Acompañando al bueno de Lou estaban Bernard Purdie, Lonnie Smith y el hijo de Grant Green, y la verdad es que nos hicieron pasar un rato de puta madre con sus bromas y esa complicidad en el escenario que sólo te la da la experiencia...