miércoles, 4 de marzo de 2009

Obras completas


Lo de los aniversarios, centenarios, milenarios y no sé qué más se ha convertido en un verdadero diluvio del que parece incapaz de protegernos ningún paraguas. No existe año en el calendario que no suponga pretexto para una nueva avalancha de conmemoraciones, fanfarria, ediciones recopilatorias y demás formas (dudosas) del homenaje, por la sencilla razón de que, con sólo realizar una sencilla resta sobre el año en curso, tenemos en cifras redondas aquel otro en que alguien nació, murió, fue desvirgado o se hirió el tobillo con un alambre, por no mencionar las grandes ocasiones patrióticas. A mí esto de los años con nombre y apellido siempre me ha dado un poco de grima, aparte de parecerme una de las formas más acabadas de lo arbitrario, por no decir lo inútil. Ya sabemos de sobra para qué sirven esta clase de excusas: para que la consejería o el ministerio de cultura de turno se gaste un caudal inmenso en exposiciones que ensalcen la memoria de un individuo al que la gran mayoría de la humanidad conoce todo lo más de lejos, se sufrague una nueva fundación en que preservar el papel higiénico con que se limpió el genio y se emprenda una edición definitiva de su obra, comentada y anotada por el crítico de mayor relumbrón en los periódicos. Además, en la celebración de un año en vez de otro hay toda una lección de capricho, de gratuidad: ¿por qué se festeja el vigésimo quinto aniversario del nacimiento o el deceso de alguien pero no el decimoquinto, o el trigésimo? ¿Qué tienen de especial cien años en la historia crítica de un autor determinado que no lo tengan setenta y cinco o ciento seis? Pronto lo verdaderamente inusual, lo digno de conmemoración, serán los años en blanco, los años que nadie reclame. Entonces podremos decir, igual que el sombrerero de Alicia, happy unbirthday! Será todo un alivio.

Una vez evacuado mi veneno, puedo reconocer sin reparo que las conmemoraciones tienen sus cosas buenas. A veces, una de esas ediciones faraónicas de las que he hablado saben a miel o sacarina, y es justo reconocer su oportunidad: lástima que haya que esperar al cumpleaños de turno para emprender iniciativas que serían óptimamente recibidas en cualquier otra fecha del anuario. En fin: este 2009 celebramos el segundo centenario de la muerte de Franz Joseph Haydn, genio de la música que, si bien no puede parangonarse con Mozart y Bach (mi mano derecha y mi mano izquierda), hace lo propio para estar todo lo cerca que puede de ellos. La ocasión ha sido aprovechada por Brilliant Classics para editar el primer volumen (el primer estuche) de sus obras completas. Las cifras de dicha edición inducen al vértigo, según suele ser habitual en Brilliant: ciento cincuenta discos por noventa y nueve euros en total. Recuerdo al despistado que hasta hace poco la recopilación, por parte del mismo sello, de las sinfonías completas (con Adam Fischer al frente de la Austro-Hungarian Orchestra) se vendía en las tiendas a ciento veinte euros. Las matemáticas no salen, o son dementes, como dirían Lewis Carroll y Leopoldo María Panero.

Para evitar suspicacias, aclaro que las ediciones de Brilliant suelen caracterizarse por una cuidada presentación (en esto han mejorado bastante desde los primeros títulos con ilustraciones de cafetería de pueblo) y una selección nada desdeñable (tampoco meteórica, no nos engañemos) a la hora de elegir intérprete. Veamos dos ejemplos, precisamente el de mi mano derecha y el de mi mano izquierda. En el caso de Bach, la obra completa de Brilliant abarca 160 discos. Lo más interesante, a mi ver, son las cantatas, la mayoría grabadas expresamente para esta edición, y dirigidas, al menos con soltura, por Pieter Jan Leusink; la música instrumental, tanto de cámara como orquesta, reserva sorpresas muy estimulantes como las de The Consort of London o el violonchelista Robert Cohen (cierto: las suites para violín son lo peor de la selección, una lástima si se tiene en cuenta que se trata de una de las partituras punteras de Bach). En cuanto a Mozart, su edición de 170 discos no tiene desperdicio. Reconozco que, pese a guardar en casa versiones de pedigrí mejor consideradas, he terminado por hacerme adicto a mi cofre de Brilliant. Y no hay fraude posible: exceptuando quizá las sinfonías, que son seguramente lo más flojo del plantel, el resto es alegría pura. Y aquí incluyo a La Petite Bande de Kuijken al frente de Così fan tutte o Don Giovanni o a Pieter-Jan Belder (que también toca el clave en la edición Bach y es responsable de otra imprescindible versión completa de las sonatas de Scarlatti) empleándose en algunas de las sonatas de madurez o en las variaciones. En resumen: por el precio de ambos estuches (alrededor de cien euros, rebajados en ocasiones a setenta u ochenta), no hay dilema posible. O mejor, sí: o lo adquieres o te arriesgas a que te llamen estúpido por el resto de tus días.

Conociéndome, mucho me temo que tendré que ir buscando sitio en alguna de las estanterías de casa para el nuevo mamotreto de Haydn. Según he comprobado por encima, esta primera entrega contiene las sinfonías (en la versión de Fischer), las sonatas y variaciones para piano, los conciertos (violín, teclado, órgano, vientos), ¡los cuartetos completos!, los tríos, las canciones y algunas de las óperas, tres o cuatro. Se me hacen los oídos agua con sólo imaginarme el atracón de música que me espera, en esos interregnos infinitos que paso al volante de mi Volkswagen. Porque yo, igual que los maridos de poca fe y las parejas que acaban de conocerse, paso la mayor parte del tiempo en el coche. Y no porque me guste conducir: siempre he preferido dejarme llevar, pero esa es otra historia.

(En realidad, este post iba a tener por objeto defender el sello Brilliant de esos falsos connoisseurs que lo critican por popular y barato, pero el noble arte de la digresión, según suele, ha terminado por conducirme a través de derroteros que en principio no había pretendido hollar, o sólo de pasada. De modo que quede esta entrada para reflejar mi admiración por la inmortal obra de Haydn y la semana que viene, si la providencia nos da fuerza en los dedos, seguiremos con lo demás.)

1 comentario:

SIM Libros dijo...

Suscribo lo que dices de Brillant en esta entrada, y me tomo la licencia de añadir lo último que ha publicado de Shostakovich: geniales las sinfonías (sobre todo la 5º, 7º y 9º), los cuartetos de cuerda, los conciertos cello y violín, y la sonata para cello.

Un abrazo.

dvaya