miércoles, 30 de septiembre de 2009

Bright Cecilia, Hail!


Hail! Bright Cecilia, Hail to thee!
Great Patroness of Us and Harmony!
Who, whilst among the Choir above
Thou dost thy former Skill improve,
With Rapture of Delight dost see
Thy Favourite Art
Make up a Part
Of infinite Felicity.


Ode to St. Cecilia, 1692

Nicholas Brady, música de Henry Purcell



Razones para amar a la Bartoli. Su aspecto de portera romana que prepara óptimamente los spaghetti; la forma que tiene de reírse, que parece resonar contra una bóveda; sus interpretaciones de Papagena y Zerlina; esa ventolera, madre mía, que guarda dentro del pecho y que le permite subir y bajar escalas sin detenerse a resollar un segundo; el pelo alborotado y marino que no desentonaría en el cráneo de una verdulera; la potencia de la voz, que pone en peligro las vajillas; la simpatía (¿o eso ya lo he dicho?), sobre todo después de que nos hayan hecho creer que para cantar ópera hay que ser de piedra, metal o palo; lo bien que sabe escoger las orquestas que la acompañan y los repertorios que debe cantar; esa cosa mestiza de español e italiano que habla cuando la entrevistan en la radio, entre carcajada y carcajada; ella, toda ella. Querida Cecilia: si no hubieras, habría que inventarte.


De Vivaldi a la Malibrán. A los ignorantes les informaré de que te diste a conocer en la década de los noventa con tus fogosas interpretaciones de personajes rossinianos y mozartianos que te vienen como un guante, y que pronto se hizo patente en las esferas discográficas que tu talento (consistente en dos facultades principales que ya catapultaron al elíseo a muchas divas del pasado: la energía en las arias de bravura, la calidez en las de sentimiento) debía aspirar a miras más altas. Así que en 1999 te colocaron junto a Giovanni Antonini al frente de ese conjunto incomparable que me hace ponerme de rodillas, Il Giardino Armonico, y sorprendiste a medio globo terráqueo con The Vivaldi Album, una selección de las más valiosas arias del preste rosso. Todo un signo de los tiempos: porque tanto intérpretes como audiencia, cansado de los ritornellos de las Quattro Stagioni, estaba empezando a descubrir que Vivaldi también había escrito óperas, en realidad bastantes óperas, y que muchos de los tesoros que guardaban en su interior eran de lo más dorado de sus partiruras. El exitazo, predecible por otra parte, continuó con The Salieri Album, este de 2003. Se repetían varios de los rasgos de tu recopilación anterior: un autor más o menos de renombre (en este caso, el legendario rival de Amadeus) con obras perfectamente olvidadas o cubiertas de óxido. Debo decir que, aunque tu voz me deslumbra como siempre y sabes despertar en mi corazón la más amplia gama de matices de la desesperación a la rabia, en tu álbum sobre Salieri (con Adam Fischer y The Orchestra of the Age of the Enlightenment) no alcanzas, quizá por el acompañamiento, la misma cumbre que en el de Vivaldi o en el de tu siguiente pelotazo, tal vez mi favorito, Opera proibita (2005). Marc Minkowski y les musiciens du Louvre parecían una banda más acorde con tu idisosincrasia y esas arias de Haendel y Scarlatti que resonaron en la Roma de inicios del XVIII y de las que sabes sacar más jugo que de una sandía en agosto: tu versión de Lascia l’espina sigue rebasando todas las barreras de mi estupor y mi idolatría. Y si Maria (2007), tu antología última (dedicada a la soprano española de inicios del XIX, María Malibrán), debo reconocer que me deja más indiferente, el defecto se debe sólo a mí y nunca a tu destreza vocal o interpretativa: ya sabes lo maniático que soy en cuanto me arrastran más allá de Rossini o de Beethoven.


El sacrificio. Pero en fin, si te dedico esta carta abierta es porque has regresado a la palestra, y con un programa, igual que de costumbre, que resulta de lo más suculento. Aún no lo he visto en tiendas, pero sí te he oído promocionarlo por la radio y he visitado tu página web para informarme al respecto. En Sacrificium vuelves a hacer de las tuyas: a investigar archivos musicales en busca de legajos desapercibidos u obras maestras pasadas por alto, y a dotar de carne e sangue a una melodía condenada desde mucho tiempo atrás a la ceniza de los osarios. Sacrificium, informo al profano, es una antología dedicada al ambiguo universo de los castrati, y centrada sobre todo en las producciones aparecidas en torno a la famosa (en su día) Scuola dei castrati de Nápoles. Allí reinó Nicola Porpora (1686-1768), compositor, pedagogo y empresario calificado por George Sand de “premier maître de chant de l’univers”, y allí estableció lo que podría merecer el apelativo de mayor fábrica de castrati de Europa. Con total impunidad, en nombre de la sacrosanta belleza, Porpora arrancó los genitales de más de cinco mil niños con la excusa de convertirlos en exquisitos instrumentos de música. Algunos de ellos (Caffarelli, Farinelli, Salimbeni, Appiani) llegaron a la cumbre y se codearon con emperadores y magnates; otros, oscuros, acabaron cantando en tabernas y lamentando una operación (por decirlo livianamente) que los había reducido a hombres a medias. Para resaltar esa ambigüedad (la de varones en cuyo pecho vibraba una voz de mujer), querida Cecilia, has decorado la portada de Sacrificium con un montaje fotográfico que, voy a serte sincero (como por demás lo estoy siendo a lo largo de toda esta misiva), me parece de un gusto un tanto discutible. Perdóname, pero ¿te asesoró el decorador de algún gimnasio o algún escayolista?


¡Tres octavas! El gran reto al que se enfrenta cualquier intérprete actual que desee reproducir la música de los castrati tal y como se hacía en su época consiste en la tesitura. Se sabe que Farinelli, con su voz híbrida, era capaz de dominar la altura de tres octavas, y desenvolverse en ámbitos que pertenecen tanto a la soprano como a las notas más altas del tenor. Tú, Cecilia, con esa herramienta pulmonar que te ha dado natura y esos golpes de fiato que mueven a acezar a quien simplemente te oye, parecías predestinada para la tarea. Invito a los escépticos a visitar tu página personal y echar un oído a tu versión de Cadro, ma qui là si mira de Araia, o, sobre todo, al Son qual nave de Broschi. Comparaciones odiosas: si alguien dispone de la BSO de la película de Gérard Corbiau Farinelli (1994), no está de más que oiga también la interpretación ofrecida en este disco y que repare en similitudes y diferencias (más). Sobre todo, teniendo en cuenta que quien canta en Farinelli no es una persona, sino un monstruo frankensteiniano creado en los laboratorios del IRCAM de París a base de injertar las voces del contratenor Dereck Lee Ragin y la soprano Ewa Godlewska. Veréis que no hay confrontación posible. Por todo lo cual, y en espera de darme el atracón de tu disco completo (¿cuándo sale a la venta?), brillante Cecilia, yo te saludo.


Cambio de tercio: invitación formal. Amigos, por la presente os invito a todos a la presentación oficial en sociedad de mi novela Tormenta sobre Alejandría, que tendrá lugar en La Carbonería, calle Levíes nº 18 Sevilla, a las 20:30 horas del próximo miércoles 7 de octubre. Si paseáis por allí cerca, no dejéis de asomaros; y si no, bueno, declarad vuestra intención (que es lo que cuenta) y al pasar lista os consideraré presentes.

2 comentarios:

Daniel Ruiz García dijo...

Comentario soez: No sé cómo cantará esa señora, pero la tocha la gasta bien buena. En lo que es oler, desde luego, tiene que ser un primor.

El Aviador Capotado dijo...

Buenos días: Acabo de recibir vía mail la invitación que remite el amigo F. Lira para asistir a la presentación de Tormenta en Alejandría (el titulo promete) Le conocía a usted de alguna reseña en Babelia, pero no he leído, aún, ningún trabajo suyo. De modo que mañana estaré allí, en La Carbonería, puntual, con mi mejor disposición, muy contento y, con los 20 Euros apretados en mi mano, como los niños chicos, para adquirir el libro con dedicatoria incluida.

Respecto al blog: felicitarle, le enlazaré en el mío. Sobre el post, Bright Cecilia, Hail, me ha encantado el texto y el personaje. Usted habla de su aspecto de portera romana que prepara óptimamente los spaghetti. Para mí, tiene un rostro difuso, extraño que te arrastra al barranco de la encantadora ruina, eso sí, con gusto y gran dignidad. Reitero, rostro difuso como los de las diosas del Demian de Hermann Hesse. Salvo que las de Demian eran diosas jungianas y Cecilia Bartoli, tiene rostro de diosa portera, puta fina, algo de Mikel Jackson, hay más…..pero sobre todo de precioso, bello y encantador travelo. Tiene un punto de hermoso travelo que enloquece. Para colmo toca todos los palos, Dios mío¡¡... polivalente.

No entiendo casi nada de música clásica, pero a este aviador le ha gustado lo que ha encontrado de Ceci (nombre coloquial que se le pone a las Cecilias en mi tierra, Extremadura. De no ser así, y reiterando que no sé casi nada de esta forma de arte, le diré: en peores plazas he toreado.

Disculpe mi mala gramática, lo intentaron a hostias los jesuitas, pero, nada de nada.

Ha sido un placer pasear sin Testigos Oculares abrazado a Cecilia.

Hasta más ver.

PD: Intentaré llevar al evento al amigo Rafael de Cózar (soy su piloto de cámara) Rafael no se priva de nada.